A nuestros padres no podemos cambiarlos y los queremos y seguimos queriendo igual. Pero con nuestro Profesor de Judo es otra cosa…

En el caso de empezar a practicar Judo de adulto, si que tenemos la posibilidad de elegir, y si en un momento determinado no nos sentimos a gusto y decidimos “cambiar de taller”, como decía el maestro Luís Zapatero, podemos hacerlo.

La primera parte de nuestra vida depende de la información que recibimos de nuestros padres. Conforme crecemos tenemos experiencias y esto nos va formando.

En nuestro entorno familiar a base de vivencias y de situaciones nos vamos curtiendo. Cuantas más experiencias tengamos, mayor será nuestro enriquecimiento personal, lo que influirá en la formación de nuestra personalidad.

Más tarde y poco a poco empezamos a ser protagonistas y responsables de nuestras acciones y de nuestra formación.

En Judo pasa parecido. La primera parte nuestro Profesor es la pieza fundamental.

Cuando nos iniciamos en Judo, bajo la tutela y cuidado de nuestro Profesor, crecemos en Judo, y bajo su influencia nos formamos como judokas.

Cuando somos niños somos como esponjas que todo lo absorbemos y todo lo asimilamos con mayor facilidad. Las buenas maneras y las que no son tan buenas. En Judo las buenas formas y las que no son tan buenas. Y no es lo mismo iniciarnos en Judo de niño, que aprender Judo de adulto, las sensaciones y las formas se asimilan de manera distinta.

Luego durante nuestra vida como judokas y nuestra formación hacemos muchos cursillos y entrenamientos. Conocemos a muchos profesores, y cuantos más, y más conocimientos tratemos de asumir mayor será nuestra formación.

El Judo nos ayuda a crecer y a entender la vida y llega un  cierto momento en que vamos tomando decisiones.

Si decidimos dedicarnos a la enseñanza, cuando empezamos a ejercer como Profesor tenemos experiencia como alumno, quizá como competidor, pero no como Profesor. Nuestra referencia del Profesor es lo que hemos visto y vivido.

Y no podemos separar lo que es la persona del Profesor de Judo.

Es mi Profesor, es mi alumno, ¿quien tiene que decirlo?

Cuando se empieza con un niño desde pequeño se pueden sentar unas bases de Judo, de entrenamiento y de forma de conducirse. Si siendo adulto se inicia contigo, aunque su personalidad está formada, descubre el Judo y bajo tu influencia lo comienza a administrar en su vida. 

A un adulto que viene aprendido que se incorpora en tus clases, podrás ayudarle, podrás corregirle pero viene con una base, mejor o peor pero que no ha aprendido contigo. Con unas ideas más o menos acordes con las tuyas pero que no has sido tú el que se las ha inculcado y puede resultar más complicado.

El Profesor de un judoka es el que enseña a andar al judoka y cuanto más tiempo esté en sus manos más tiempo tendrá para enseñarle “a andar, a correr, a saltar, a saltar vallas y hasta a usar la pértiga”. 

Porque es evidente que el Judo educa, pero ¿como educa el Judo?

El Judo es un medio para educar y sirve para educar, pero más importante que el Judo en si, es la figura del Profesor y dependerá de los valores que posea ese Profesor, de su educación, de su personalidad, de sus modales, de sus principios, de la empatía que tenga para transmitirlos y de su motivación, lo que le haga ser más o menos efectivo educando.

Quien verdaderamente “educa” es el Profesor, no el Judo. El Profesor se sirve del Judo para educar. Y es ese Profesor el mayor responsable en sentar las bases con las que podrá evolucionar y crecer como judoka y como persona. 

Como dice el psicólogo y pedagogo Javier Urra refiriéndose al maestro, que aquí podríamos aplicarlo al Profesor de Judo:

“El maestro, ese que siempre recordamos, “nuestro maestro”, no solo influye, sino que marca en gran medida nuestra vida.

Porque el verdadero desafío de un maestro es no solo enseñar contenidos, sino preocuparse por conocer las necesidades de sus alumnos.

Y es que los maestros han de convertir su trabajo en una labor de creación intelectual que sirva de base al desarrollo personal y futuro laboral del alumno”.

Como decía Sergio Cardell, “el mejor Profesor de Judo es el que es capaz de conseguir que su alumno se enamore del Judo”. Lo ideal es que el judoka se mantenga en el club hasta que se independice o que por distintas causas, personales o laborales, deje de hacer Judo. 

Si por cualquier circunstancia este judoka desaparece del club no podremos decir que en ese momento es mi alumno y que practica Judo, pero si que empezó conmigo y que durante un tiempo fui su Profesor.

Y el judoka tiene que pensar la responsabilidad que arrastran sus palabras cuando dice mi Profesor es o fue…, o soy alumno de… Porque, cuando “exhibe esa paternidad” de alguna manera pone en entredicho a su Profesor si luego su forma de hacer Judo y su conducta no se corresponden con la forma de hacer y de conducirse el Profesor.

Lo ideal es que Profesor y judoka coincidan y que el Profesor pueda decir hablando del judoka con orgullo y alardeando “hace conmigo”, “es mi alumno”, o “se formó conmigo” y que el judoka, también con orgullo y, “chuleando a tope”, como decía el maestro Chung, y lleno de reconocimiento pueda decir “es o fue mi Profesor”. 

Y es ese Profesor el que fundamenta nuestras raíces.