José Ángel Guedea Adiego
8º Dan de Judo
“Cada maestrillo tiene su librillo”
Este refrán resalta que cada maestro tiene su propio método para llevar a cabo su tarea.
A mí, como “fanático del Judo”, personalmente me gusta, y me encantaría conocer el “librillo” de cada Profesor. Por supuesto, primero de los antiguos, más grandes y reputados Profesores, luego de todos. Siempre me ha gustado ver clases y siempre me ha gustado ver la forma de conducirse de los Profesores dentro y fuera del tatami. La forma de explicar, el trato y la relación con sus alumnos, la forma de resolver situaciones… y a partir de allí decidir como obrar, dependiendo de la situación y de la impresión que me ha dejado su actuación.
Recuerdo cuando aún era cinto azul o marrón y viajé a Madrid a pasar unos días en casa de mi abuela. Mi abuela vivía en la calle General Orgaz, justo encima del Judo Quijote. Con total ignorancia de donde me metía, entré a preguntar y a “alardear” de mi práctica de Judo. Me atendió un señor calvo, que muy amable, al enterarse de mi estancia en Madrid, y la cercanía de mi alojamiento, me invitó a participar en sus sesiones. Aquella primera vez yo no había previsto llevar judogi, (kimono decía yo entonces), y recuerdo que me quedé a ver el desarrollo de la sesión. El señor calvo en cuestión era el maestro Navarro de Palencia al que luego, años más tarde conocí, llegué a tratar, a valorar y a admirar, cosa que en ese momento no supe hacer porque mi nivel no daba para más y no sabía con quien trataba.
Cuando ya hacía Judo y viajaba a distintas ciudades, visitaba los clubes de Judo.
Seguro que han sido muchos más pero guardo un recuerdo especial de algunos.
Del maestro Navarro el día que aparecí en el Judo Quijote.
Cuando con mi amigo Carlos García nos presentamos en el Judo Club Barcelona, nos atendió el Sr Birnbaum que nos invito a participar en la sesión, tras proporcionarnos una percha, para poder colgar la ropa en el vestuario.
Cuando, preparando mí examen de tercer dan, acordé y comprometí al maestro Paco Talens para que me ayudara en el aprendizaje del kime no kata, y acudí al Judo Condal.
Cuando realizamos entrenamientos en el Sant Jordi, también en Barcelona, entonces teníamos relación con los campeones catalanes Pedro Soler, Ricardo Antonio, fuimos recibidos por el mítico maestro José Pons, el tiempo que estaba por allí el japonés Yoshimasa Yamashita.
Cuando nos desplazamos a Bilbao, al club del maestro Chung, y de los entrenamientos agónicos en los que participamos y sufrimos.
Cuando fuimos a entrenar al Judo Club San Sebastián, frente al puerto, con José Miguel Sanz (Josemi), y sus alumnos, entonces juveniles y júniors, los hermanos Julen y Ion Idarreta, Teresa Ortega, Machain….
También en el club Sakura de San Sebastián con Ángel Monreal al frente, donde conocí a los hermanos Murillo, Fernando y Oscar, y a José Antonio Arruza.
José Antonio Arruza, Josean, muy amigo de Sergio Cardell, tuvo mucho que ver en la preparación de Miriam Blasco, cuando resultó campeona del mundo y olímpica en Barcelona.
Y seguro que muchos más, que aunque ahora no me vienen a la cabeza, se cruzaron en mi camino, estuvieron allí, traté y aprendí de ellos.
Me fijaba y trataba de aprender. Podría contar infinidad de anécdotas, como seguro que podríamos hacer todos los mayores, de cuando conocimos y de nuestro trato y situaciones con distintos Maestros, Profesores y compañeros.
En Zaragoza mi Profesor era Ángel Claveras. A él lo disfrutaba y de él trataba de aprender y a él veía impartir clases, incluso en algunos momentos cuando él no podía, lo sustituía, tratando de imitar lo que le había visto hacer.
Para que nos hagamos una idea de mi nivel de Judo de entonces, era de un cinto azul o marrón, que en aquellos tiempos, seguro que mucho más rudimentario que un cinto de ese color, ahora.
Mis primeras clases “oficiales” siendo aun cinto marrón, fueron sustituyendo a mi amigo Jesús Sánchez, los tres meses que pasó en Francia con Juan Cotrelle. Yo practicaba Judo en mi club con mi Profesor Ángel Claveras. Jesús era uno de mis compañeros de clase, y cuando Ángel había empezado a tener más sesiones en el C.D. Northland, Jesús había comenzado a impartir las clases que Ángel daba en un club de karate. El club de karate de Antonio Piñero. El karate kan de la calle San Antonio María Claret de Zaragoza. Y como esas clases se realizaban los martes y jueves, y nuestros entrenamientos en el Northland, eran lunes miércoles y viernes, los martes y jueves, me pasaba a verle y a estar con él.
Me impresionó en un primer momento como era capaz Jesús de aprenderse y retener los nombres de todos sus niños, y lo minucioso y detallista, que era, (lo sigue siendo), en el momento de explicar y demostrar las técnicas.
En esa época mi Profesor Ángel Claveras había conocido al Profesor francés Juan Cotrelle, que fue el que, de alguna manera, cuando vino por Zaragoza ordenó nuestro Judo. Durante varios veranos organizaron juntos, un curso de Judo en Villanúa (Huesca), muy cerca de Jaca. Allí el primer año lo hicieron con dos amigos franceses de Juan Cotrelle, Albert Lambert y José Supervia. Los siguientes cursos fueron con el profesor Julien Chabrolin, y los campeones de Francia y medallistas de Europa y del mundo, Guy Aufray, Jean Luc Rouge y Gerard Gautier. Los cursos se fueron desarrollando en Villanúa, Tauste, Malgrat y Mauleon (Francia).
En esos tiempos conocimos y asistimos a otros cursos de Judo que se celebraban en La Baule, Royan, El Temple sur Lot…
A la Baule, en el norte de Francia, nos desplazamos, Jesús Sánchez, Manolo Hernández y yo, en agosto de 1975, con una tienda de campaña alquilada, en el Dyane 6 que entonces tenía Jesús, realizando el viaje en dos jornadas, la primera, Zaragoza- Burdeos y de allí hasta La Baule en la segunda, para pasar una semana. El curso en La Baule lo impartía el japonés Massanori Fukami.
Los siguientes veranos, y durante muchos años, me desplacé, a veces solo, otras con alumnos y amigos, siempre los primeros diez días de agosto, al Temple sur Lot, donde era el maestro Leberre, el profesor oficial del stage. A este stage enseguida se añadió mi amigo Raúl Merino y se hizo también un habitual del curso los primeros días de agosto.
En distintas temporadas, coincidimos con los profesores y campeones, Vial, Murakami, Nevzorov, Roux…
En el Temple encontramos siempre españoles. Manuel Hernández, Carmen Solana, José Antonio Arruza, Sergio Cardell con su alumna Miriam Blasco y su grupo de juveniles, Roberto Cueto, Charly Gómez, Isabel Fernández, los hermanos Rovira…De Cataluña los hermanos Salas, también con alumnos.
Dependiendo del momento, cada uno se fija en lo que le interesa. En esos primeros cursos, aun jóvenes, con pretensiones, ganas de competir y compitiendo nos interesaban los campeones. Cómo hacían las técnicas, sus oportunidades, qué hacían para ganar, su sistema de competición, sus “secretos”…
Y llegó el momento de titularnos.
Mis cursos de titulación, por un problema de fechas, fueron siempre en Barcelona. En Barcelona se organizaban en el mes de julio y en Madrid los hacían en Septiembre. Yo que en ese momento estudiaba Veterinaria, el mes de septiembre, al no haber “cumplido” en junio, lo tenía habitualmente “comprometido” con la Universidad.
En los cursos de titulación en Barcelona tuve la fortuna de conocer y poder aprender de los Maestros: Cesar Páez, Fernando Reyero, Henry Birnbaum, Francisco Talens y Emilio Serna, que fueron los que, en las tres ocasiones, cuando monitor, entrenador regional y entrenador nacional formaron el cuadro de Profesores.
Impartiendo unas sesiones como complemento en estos cursos, recuerdo al maestro coreano Kim, que estaba por Valencia, al campeón también coreano Han no San, y al maestro japonés Uzawa.
En estos cursos, la cosa cambiaba. Había que aprender a enseñar los movimientos básicos de Judo, a tratar con los alumnos, a diferenciar cuando eran niños o adultos. Aprender a llevarlos…, en definitiva, a enseñar Judo.
Cuando uno es competidor, aunque no obtenga grandes resultados, pero cuando uno compite, o quiere competir, se preocupa de qué tiene que hacer para ganar. De qué y de cómo tiene que entrenarse, que tiene que hacer para ponerse fuerte, qué tiene que hacer para aprender a ganar…
Cuando comienza a dar clases, se preocupa de qué tiene que enseñar, de cómo tiene que hacerlo, y cómo tiene que hacer para que sus alumnos se encuentren bien, les guste y quieran seguir viniendo
Suele existir un programa, y de hecho hay un programa por cinturones.
Y si cuando uno es competidor y compite se fija en cómo ganan los que ganan, cuando uno comienza a impartir clases se fija en cómo hacen y como enseñan otros Profesores, cómo explican, cómo se conducen… y a base de aprendizaje y de experiencias va forjando una forma de enseñar, un sistema de enseñanza, con el que se va moviendo y va sobreviviendo.
Cuando empecé a impartir clases, ahora no recuerdo exactamente, pero seguro que haría y hacía como había visto hacer a mi Profesor. Después de un calentamiento y unas caídas protocolarias, explicaba un movimiento o unos movimientos y se trabajaban. Y tras un trabajo técnico siempre había un tiempo dedicado al randori. Si en la cercanía había prevista una competición, se realizaba un entrenamiento acorde con las necesidades de la competición. Y conforme se acercaba la fecha prevista para pasar de cinto, día a día se iban trabajando los distintos movimientos del programa.
Ya, desde hace unos años que, para trabajar los distintos programas de movimientos ideé un sistema de secuencias. Ordené los movimientos hasta primer dan de una manera que me pareció lógica para poder recordar y encadenarlos para trabajar. Luego hice lo mismo con los de segundo y tercero y con el tiempo y las necesidades, lo he ido ampliando también con los de cuarto y quinto dan.
De alguna forma imité una forma de trabajo, “de temas”, que así llamaba y que empleaba el Profesor de Judo portugués Antonio Matías en el trabajo con sus competidores, cuando era el responsable del equipo nacional portugués.
Él lo hacía con diferentes momentos del combate y distintos trabajos específicos de competición, y yo lo he trasladado a un trabajo de aprendizaje de Judo y de preparación de paso de grado.
Con este sistema de secuencias, lo que queda claro es que se mecaniza y aprende el programa. Qué hay que hacer, cómo hacer, y hacerlo. O lo que es lo mismo: conocer, saber hacer, realizar.
De una forma sencilla, sirve también para memorizar los programas. En el momento de trabajar, el que hace de uke le puede ir indicando los movimientos que tiene que hacer a su compañero, y es una manera de aprender y recordar los movimientos en un orden establecido.
Al principio lo más importante, no es hacer bien los movimientos. Y tampoco tirar. Es saber cuales son, y cómo se hacen. Que se lleguen a hacer bien, viene después. Cada movimiento se puede sacar de la secuencia y trabajar, en un contexto individual hasta conseguir hacerlo bien. Una vez que sale, que entendemos como hay que hacerlo, y que nos salen todos bien, el trabajo es más gratificante.
Y para trabajar cada movimiento de manera individualizada, cada movimiento tiene una metodología, una forma de ser enseñado, para llegar a aprenderlo y practicarlo.
En el momento de explicarlo: Todo, parte, todo. Recalcar los puntos que pueden resultar más importantes. Incidir en el concepto del movimiento que muchas veces lo indica el nombre, y la importancia de la preparación, desequilibrio y proyección, (tsukuri-kuzushi-kake), dentro de cada movimiento.
Y una vez aprendido, sabido cómo se hacen o como se debe hacer, mecanizarlo a base de repeticiones e incluirlo dentro de las secuencias y toca, repetir, repetir, repetir…
Y no necesariamente hay que tirar siempre, porque sería acumular infinidad de micro traumatismos, y si decidimos tirar, tenemos que tratar de que no resulten caídas duras y fuertes, tienen que ser caídas pactadas, dirigidas y controladas.
El objetivo de este sistema de secuencias, es conseguir llenar de contenidos las sesiones, que nuestros alumnos sepan qué tienen que hacer, cómo tienen que hacerlo, que memoricen los programas, y que lleguen a realizar los movimientos con una mayor soltura.
Podemos incluso, emplear las secuencias como calentamiento, y como fijación de conceptos.
En enero de 2000, volviendo de Manresa con unos alumnos, de realizar unos entrenamientos en el club de Mauricio Casasayas, tuve un accidente de tráfico.
Estuve prácticamente un año fuera de circulación y cuando pude retomar las clases, tenía mis limitaciones en el momento de tener que demostrar, así que tuve que aprender a explicar sin demostrar, y en ocasiones servirme de mis alumnos y demostrar con intermediarios.
Considero que, cuando aun podía hacer Judo tenía buena forma de Judo y hacía bien. Tuve suerte en cuanto a mi Profesor, que buscaba aprender de todos, y me contagió esa inquietud por lo que me preocupé de tratar de aprender de todos y de hacer lo mejor posible, por eso al estar limitado y no poder demostrar como me gustaría, y conociendo el Judo como lo conocía, no quería dejar una mala imagen, ante mis alumnos haciendo los movimientos.
Y tras volver a mi vida de siempre, con las limitaciones debido al accidente, aprecié de verdad, lo que era poder volver a llevar una vida normal.
Y quizá a todo lo pasado y a mi edad, volví a retomar mi vida, con una mayor responsabilidad, mucho más miedo, y cuidando mucho más a mis alumnos.
De allí el evitar el caer tanto, el no realizar en mis sesiones tanto tiempo de randori. El no dejar que, mis alumnos se peguen sin conocimiento. El no viajar a cada ocasión a competir, a entrenar. A tener una preocupación mayor por su vida personal, por qué y cómo estudian, en cómo les va en la Universidad, su trabajo, cómo se plantean el futuro, y dejar en un segundo plano la competición, para anteponer a su vida deportiva, su proyecto de vida laboral, social, familiar…
Y de allí la implantación ahora en mis sesiones, de este sistema de enseñanza.
Sistema, que ayuda a aprender, conocer, practicar, mecanizar y hacer ejercicio realizando los movimientos de Judo, proyectando o no, con un menor riesgo de hacerse daño.
En definitiva, aplicando este sistema metodológico.