Quizá porque a los juveniles y adultos los conozco más y a los pequeñitos menos y a algunos muy poco. Cómo dice el zorro en el Principito: “solo se conocen las cosas que se domestican”, y para llegar a quererlos hay que conocerlos, y en el proceso de “domesticación” para llegar a conocerlos, hace falta tiempo y relación, y con los pequeños faltan ambas cosas.

Como dice el poeta cubano José Marti: “Hay un solo niño bello en el mundo y cada madre lo tiene”.

Y la responsabilidad de que cada madre me deje a “su niño más bello” me crea cierta inquietud.

Tengo relación con mis alumnos y sus niños, Carlota y Cayetana de Chema Laspuertas, David y Rubén de Sergio Gayan, Alba y Daniel de Toño Gil, Samuel y Pedro de Oscar Zúñiga, Luís de Miguel Corral… y veo su entrega y dedicación. Para sus padres son “lo más…” y se desviven por ellos.

Y entiendo que para hacerlo bien tengo que intentar mirarlos como si fueran míos.

En el grupo de pequeños del club tengo desde primeros de año a Miguel. Miguel es hijo de un bombero compañero de mi alumno y ahora amigo Chema Laspuertas también bombero. Miguel vino al club por recomendación suya. El padre de Miguel sabiendo que Chema es judoka, le comentó que su hijo tenía un cierto nivel de autismo y que había pensado la posibilidad de que hiciera Judo. 

Este le dijo que se pasase por el club, que me comentase el problema y que probase a hacer Judo. Que mal no le iría. Y así es como Miguel llegó a mi clase de pequeñitos. 

Miguel tiene seis años y está grande para su edad. Y es un poco, como lo calificaríamos los profesores de Judo, “parado”. Le cuesta entender las indicaciones, encontrar compañero, en definitiva es un poco lento en sus reacciones.

Pero Miguel que es quizá de los más grandes de la clase, ha encontrado en la sesión de Judo una actividad, donde al ser fuerte y pesar más, tiene ventaja en el momento de practicar.

Una de las exhibiciones en esta semana ha sido la clase donde participa Miguel. Traté de acondicionar la sala, incorporando bancos alrededor, para que los padres pudieran asistir con cierta comodidad para ver la sesión y se realizó la exhibición.

Tengo que admitir que mis niños “se salieron”. Motivados por la presencia de espectadores, realizaron con especial interés los ejercicios y juegos en el calentamiento que practicamos cada día y que en las últimas sesiones habíamos insistido.

Los padres encantados. Solo con ver correr a sus niños, jugar, obedecer, guardar silencio, guardar la fila, respetar  a sus compañeros, y en ese contexto y en un ambiente distendido, sentir que disfrutan, además de verlos caer, hacer volteretas, saludar, comportarse con sus compañeros…, no necesitan más.

Y también en el momento de realizar movimientos de Judo, apreciando como se esfuerzan en cuidar, controlar a su compañero en el momento de proyectarlo, y cuando luchan en suelo, tratando de no hacer daño.

Terminó la exhibición de Navidad, y entre felicitaciones y comentarios de muchos padres, el padre de Miguel me dio las gracias.

Al día siguiente cuando veo a Chema me dice: la exhibición ayer, muy bien ¿no?

Si, contesté, ¿por qué lo dices?

Me mando el padre de Miguel un wassap con la foto de grupo y un texto que decía: “sin palabras”.

Y tengo que reconocer que fue para mí el mejor regalo que pude recibir esta Navidad.

Llamo a mi amigo Raúl Merino por la noche para contárselo. Le gusta, y cuando le digo como me sentí, me dice que los Profesores de Judo trabajamos para eso, que de alguna manera vivimos de esas sensaciones. 

Que es la forma de gratificación personal que asumimos los Profesores de Judo. 

Y es lo que sentimos cuando nuestros alumnos ganan una competición, cuando salen con éxito en un paso de grado, cuando su comportamiento es el adecuado en cada situación, cuando aprueban el curso, acaban la carrera, obtienen un trabajo, cuando van quemando etapas y tienen éxito en su vida personal y profesional, y vemos la influencia que el Judo va teniendo o ha tenido en sus vidas, hace que como el padre de Miguel escribió después de esta exhibición viendo la evolución de su hijo, que llenos de satisfacción nos salga decir también:  “Sin palabras”.