José Ángel Guedea Adiego
8º Dan de Judo

¡Mateo no vuelvas a hacer ese movimiento así! Tengo que decir (gritar) a Mateo cuando veo, cómo agarrando de las dos solapas se tira de rodillas delante de su compañero, arrastrándolo, encima de él, sin ningún tipo de control, ni miramiento, sin ninguna posibilidad de girarlo, y haciendo que su rival, de menor nivel que él, viéndose de bruces, tienda a apoyar los dos brazos, como reflejo de defensa y con posibilidad de hacerse un daño importante.

Mateo tiene unos doce años, es cinto naranja verde, inicia su tercer curso de Judo, de un peso medio para su edad, habilidoso físicamente, pero totalmente inconsciente del daño que puede provocar en un compañero, al proyectar con un movimiento que no controla y que posiblemente haya visto en alguna competición por Internet.

Pero no solo es el caso de Mateo. Por la mañana tengo a algún matutino cinto marrón, incluso negro, que en el momento de “empezar a jugar” se le ocurre, sin haberlo apenas practicado, intentar aplicar un tomoe nage, con todo el riesgo que ello conlleva para él y su compañero.

“Cuanto daño ha hecho Internet a esto del Judo”, es un comentario frecuente ante casos así cuando lo comentamos entre amigos.
Y es que: un movimiento de Judo correcto y bien aplicado, no da problemas.
Los movimientos de Judo están pensados para lograr la proyección. Y ante un movimiento bien hecho aplicar una caída es lo pertinente y lo apropiado.

El peligro se produce cuando un movimiento no está bien aplicado, por falta de nivel técnico, por no ser el momento oportuno, por falta de interés o por descuido.

Y nos pasa en general a todos los Profesores. En todos los grupos tenemos a algún alumno, más descontrolado, más “autodidacta”, que va más a su aire, lo que nos inquieta y que por su forma de trabajo y de conducirse, tenemos que estar más pendientes de lo que hace y de cómo va haciendo.

En la enseñanza de Judo existe una progresión. Una progresión establecida, con unos movimientos por cinturones y un tiempo de práctica recomendado, para que las técnicas vayan siendo asimiladas, se vayan asentando y se vayan practicando con cierta seguridad. Y desde las primeras técnicas, en que se va tirando extremando el control y con cuidado, hasta llegar a coger soltura en realizarlas en desplazamiento y aplicarlas con fuerza y rotundidad.

Lo que pasa que en ocasiones tenemos algún alumno que quiere “correr antes de andar”, sin ser consciente muchas veces del peligro que conllevan sus acciones, para él y para sus rivales.

Y aunque seguro que todos tenemos nuestras experiencias, quiero poner a continuación algunas situaciones puntuales, las que yo recuerdo como más frecuentes y que se pueden producir, cuando no se pone especial cuidado en el momento de entrenar.

Cuando agarrando por la derecha aplicamos movimientos por la izquierda dejando el brazo de nuestro rival suelto y sin controlar, y que dependiendo de su nivel va a intentar apoyar en la caída.

Cuando aplicamos (mal aplicado), un movimiento de hombro arrastrando, en vez de tratando de voltear, consiguiendo que la cabeza o el hombro de nuestro rival vaya directo a golpear en el tapiz, obteniendo cuando menos un traumatismo en el cuello o en el hombro.

Cuando aplicando un movimiento de cadera, mal aplicado, con un control importante de los hombros de nuestro compañero caemos encima, plegando sus hombros y provocando las clásicas sub-luxaciones acromio claviculares.

Cuando aplicando, sin tener idea del momento, ni nivel, ni de la forma de hacerlo, un tomoe nage arrastrando, con la posibilidad de que nuestra rodilla impacte en su cara, nariz, y dientes, provocando el consiguiente “estropicio”.

Cuando aplicando la clásica contra hacia atrás, tani otoshi, que bien aplicada no tiene porqué dar problemas y puede resultar muy efectiva y hasta espectacular, pero en el nivel a que me estoy refiriendo, pone en riesgo el tobillo y la rodilla, cuando no el hombro, si nuestro rival no entiende lo que se le viene encima y apoya el brazo.

Cuando aplicando ko uchi gari, “pequeña siega interior”, nuestro uke, aún sin un gran nivel de Judo, y que no espera “ese atropello” en su pie, se le engancha el tobillo, lo que da lugar como mal menor, a un esguince de tobillo.

Y cualquier lesión de estas, que se produce en un instante, tarda en recuperar un tiempo importante, y si solo nos aparta temporalmente de nuestro deporte, allá que allá, pero si nos obliga a cambiar nuestro ritmo de vida, no tiene sentido que, por una imprudencia o un descuido, pasemos a estar un tiempo en el “dique seco”.

Como en su momento ya escribí sobre las lesiones de Judo, y muchos no habréis leído, adjunto el artículo, fue el número 24, que se subió en Arajudo el 15 de mayo de 2009.

Las lesiones en las clases de Judo.

El Judo es un deporte de contacto que consiste en aprender y practicar unas técnicas para proyectar y controlar a un contrario y aunque se proyecta sobre un tatami, en la lucha por tirar y en la caída, con alguna frecuencia los judokas se hacen daño.

La mayor parte de las veces son pequeños golpes, torceduras, esguinces, contracturas musculares, tirones sin apenas importancia y que el judoka asume, aprende a soportar, a curar y a recuperar entre sesión y sesión y a volver a entrenarse con incomodidad y con molestias, protegiendo la zona dolorosa.

Una lesión leve de este tipo, produce un dolor que mantiene la atención del judoka hasta que se produce otro distinto por el que tiene que preocuparse, y de alguna forma la vida deportiva del judoka transcurre de “molestia en molestia”.

No todos los judokas en un primer momento soportan igual el dolor. Cada persona tiene una capacidad de sufrimiento distinta y esto se evidencia durante la práctica de Judo. Existe el clásico judoka alarmista que se queja constantemente de todo, del pisotón, de la simple patada, de la rotura de un agarre… y está el “todo terreno” que nunca se queja y que lo aguanta todo.

Los entrenadores conforme vamos conociendo a nuestros alumnos, nos damos cuenta de su forma de actuar y tenemos que obrar en consecuencia.

Con la práctica el judoka se va “endureciendo” en el tatami y el Judo poco a poco le va haciendo más fuerte, el judoka aprende convivir con estas molestias, a sufrir, a aguantar contrariedades, lo que de alguna forma también le “endurece” y hace más fuerte en otros aspectos de la vida.

Un practicante de Judo resulta a la larga más capacitado para soportar el dolor muscular y articular, y en general todos los dolores.

Mientras la cosa no pase de aquí y el judoka pueda seguir realizando su vida normal incluso entrenando, sin poder decir que sea lo ideal, de alguna manera es un peaje que el deportista de un deporte de contacto tiene que pagar por el disfrute de la práctica de su deporte.

El problema surge cuando se produce una lesión seria. ¿Qué se puede considerar una lesión seria? Se podría decir que una lesión seria es la lesión que incide y le cambia temporalmente la vida al judoka. Una luxación, una fractura, una rotura de ligamentos… Cualquier lesión de este tipo, es evidente que aparta al deportista de su deporte por algún tiempo, pero lo que resulta realmente duro es que en ocasiones le aparta también de su vida normal, profesional y laboral. Y esta es la lesión que de alguna manera afecta al entrenador y que cuando se produce nos hace recapacitar, analizar la situación en la que se produjo y a veces nos hace sentir responsables.

Nadie se quiere lesionar, ni a priori ningún judoka quiere hacer daño a otro. Entonces ¿por qué se producen las lesiones?

Podemos analizar y decir que las lesiones tienen orígenes distintos. Un primer origen es el entorno, en segundo lugar, las condiciones en que se realiza el entrenamiento y en definitiva y ultima instancia son los mismos judokas los últimos responsables de que se produzcan lesiones.

Vamos a analizar estos tres apartados:
El entorno donde se realiza el entrenamiento, la sala de Judo. La sala de Judo, deberá tener un tapiz, firme, con cierta dureza para que los judokas se puedan desplazar con facilidad y cierta soltura evitando enganches, torceduras y esguinces de dedos, tobillos y rodillas. La teoría dice que “las paredes deberán estar a cierta distancia para evitar los golpes y si no es así tendrán que estar forradas de un material amortiguante. Se evitarán las columnas y esquinas y si las hay deberán estar protegidas”. Esta es la teoría que “los clubes de toda la vida” difícilmente reúnen. Si estas condiciones no se dan se procurarán solventar como mejor se pueda. También hay que decir que, cuando un grupo se ha acostumbrado, “se ha hecho” a un lugar, a un espacio, realiza sus entrenamientos allí con mayor seguridad y confianza.

Las condiciones en que se realiza el entrenamiento se refiere en primer lugar al número de judokas con relación al espacio disponible. Muchas lesiones, de rodilla y tobillo sobre todo, se dan cuando unos caen sobre otros que no se lo esperan, por la falta de espacio.

Y en segundo lugar, a como se afronta el entrenamiento. Al nivel homogéneo de los practicantes y a la salud de nuestros judokas. Si están descansados o no y la motivación que tienen en el momento de entrenar, el calentamiento que han realizado y los objetivos que se plantean en el momento de entrenar.

Hasta aquí quizá la responsabilidad fundamental es del entrenador, que tiene que haber dispuesto de una sala en condiciones, que tiene que tener presente cuantos judokas pueden practicar a la vez, que tiene que haber preparado un calentamiento en condiciones y planteado los objetivos del entrenamiento con arreglo a lo que se pretenda y al grupo del que se disponga.

Pero aunque el entrenador tiene que intentar anticiparse a todas las situaciones que se puedan dar y debe prever todo, en última instancia es el judoka el responsable final de lo que acaece con él y sus compañeros.

A veces un novato, realiza acciones “peligrosas” quizá demasiado arriesgadas que no sabe controlar y se pone en peligro él mismo y a su compañero. También puede ocurrir que un judoka veterano no tenga suficiente control, no sepa y no sea capaz de hacer con otros de menor nivel y les haga daño en sus acciones.

Trabajando fuerte, buscando un rendimiento deportivo importante, muchas veces los judokas arriesgan más de lo que deberían. No tienen sentido de lo que acarrean ciertas acciones para sí y para los demás y deberían plantearse hasta que punto vale la pena…

Concretando:
El profesor tiene que poner los medios para que el entrenamiento se realice de la mejor manera posible. La sala en condiciones, el número de practicantes indicados para los contenidos que se van trabajar, el nivel adecuado, la actitud y el comportamiento correctos de los implicados, y aun así nunca estaremos libres de que se produzca una lesión en nuestras clases.

Lo normal es no tener lesiones y pasa mucho tiempo, temporadas enteras en que no se nos produce una lesión importante en un entrenamiento. Pero en ocasiones empezamos un periodo en que, sin saber porqué, se nos acumulan varías lesiones en poco tiempo.

El entrenador no sabe “por donde le vienen” y aunque no es él el responsable directo de la lesión, la lesión se produce en su casa, durante su trabajo, el afectado es su judoka que se queja en su presencia, que es él el que primero lo auxilia, es él el que lo lleva al hospital o el que va a verlo al terminar la clase o al cerrar y es el primero que “se alivia” cuando lo ve “ya reparado” y cuando se informa del alcance de la lesión, pero también el que sufre, cuando en ocasiones vive como su judoka se adapta a su nueva situación y de alguna manera se siente implicado.

Para el entrenador ver como le cambia la vida durante un tiempo a un alumno por una lesión que sucede practicando con ilusión el deporte que le gusta, que practica lúdica y voluntariamente de alguna manera le afecta.

Es posible, que sea el mayor inconveniente, quizá es el único, que los profesores de Judo podemos poner a la profesión que hemos elegido, que vivimos con verdadera vocación, que disfrutamos de las clases y entrenamientos, pero que nos venimos abajo, cuando vemos como a uno de nuestros judokas, le alcanza una lesión seria que le aparta temporalmente de su vida habitual.