“El prejuicio es la acción y efecto de prejuzgar (juzgar las cosas sin tener cabal conocimiento o antes del tiempo oportuno)”.
Muchas veces nos formamos una opinión de alguien sin apenas conocerlo.
A lo largo de los años he observado como los profesores de Judo conocemos a judokas y profesores de otros clubes y los tenemos catalogados de una determinada manera.
Luego los tratas, los conoces y nos damos cuenta de que tienen nuestras mismas inquietudes, nuestros mismos problemas y los empezamos a mirar de manera distinta.
Y he constatado esto en distintas situaciones.
Como entrenador del equipo junior, cuando ponen en tus manos unos judokas que inicialmente no conoces y que “no te dicen nada”, luego los vas conociendo y comienzan a importarte.
En los cursos para profesores, cuando el primer día te enfrentas a un grupo de judokas que aspiran a obtener un título. Inicialmente te dan igual, pero durante el curso, creas lazos, los vas conociendo y empiezan a importarte.
Cuando a lo largo del curso tienes altas en el club, al principio esa alta es uno más, una cuota más. Y conforme los vas conociendo comienzan a importarte.
Y así nos pasa con todo, conforme tratas y conoces a las personas comienzan a importarte.
El mismo Jesús Asensio, (se que no le importaría que hiciera este comentario), cuando se inició en el club, pesado, desgarbado y torpe, me agobiaba tenerlo en mis entrenamientos. Luego cuando lo fui conociendo, comenzó a importarme y terminé haciendo con él, más kilómetros que “el baúl de la Piquer”…
Porque para llegar a querer a una persona hay que conocerla y hay que dedicarle tiempo.
“El tiempo que perdiste con tu rosa, hace que tu rosa sea tan importante” dice Saint Exupery en el Principito.
En nuestro caso: el tiempo que dedicamos a nuestros alumnos, (que nunca es tiempo perdido), hace que nuestros alumnos sean tan importantes para nosotros.
Me gustaría contar una anécdota que me ocurrió el curso pasado y que demuestra como prejuzgando situaciones nos hacemos a veces una idea errónea de lo que puede pasar…
Me ocurrió con Samuel Zúñiga. Samuel Zúñiga es hijo de Oscar Zúñiga y de Arancha Martínez. Los dos judokas del club, son cintos negros. En la década de los 90 fueron medallistas nacionales y tienen tres hijos.
Samuel el mayor tiene cinco años es adoptado y negro como el azabache. Cuando a mediados de septiembre se pasó Oscar por el club para ver cuando podía traer a Samuel y le indique que por edad debería venir los miércoles con los pequeñitos decidió que lo traería el miércoles siguiente.
El grupo de pequeños ya había iniciado el curso y había unos catorce niños de 5, 6, y 7 años. Pasé esa semana pensando que explicaciones tendría que dar al llegar Samuel y presentarlo a sus compañeros, si alguno hacía notar la diferencia de color entre Samuel y ellos y esa semana que estuve inquieto lo comenté con alguno de mis alumnos.
Había pensado y preparado historias de que no todos tenemos porqué ser iguales, unos somos más grandes o más pequeños, unos más altos que otros… incluso había pensado en poner el ejemplo con perros que siendo los dos de la misma especie el Dogo alemán es mucho más grande que el Yorkshire.
Y llego el miércoles y el momento de presentarlo: “Se llama Samuel, tiene cinco años y va a hacer Judo con nosotros”, y todos lo miraron y lo admitieron con la mayor naturalidad. Entendí entonces, que el problema lo tenía yo, no ellos. El de los prejuicios, el raro, era yo…
Y empezado el curso nos volvemos a encontrar con nuestros alumnos, y en algunos casos con los conflictivos que nos complican la sesión.
Y cargados de energía y de nuevos propósitos por el principio de curso, nos dedicamos a ellos con más atención y para encauzarlos como también dice Saint Exupery, tenemos que tratar de “domesticar”, de crear lazos.
“Si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mi único en el mundo, seré para ti único en el mundo”
Y termina diciendo: “porque solo se conocen las cosas que se domestican”
Y todo esto induce a pensar que para juzgar, hay que conocer.