Cuando son muy pequeños los suelen traer para que hagan ejercicio, para que trabajen la coordinación, para asegurar el desarrollo de la psicomotricidad del niño, y para que aprenda a relacionarse.
Cuando son algo más mayores para que practiquen y aprendan un deporte que entienden que tiene valores, en un espacio habilitado para ello, en un entorno, bajo unas normas, y que además les ayude dándoles seguridad y pudiendo emplearlo como defensa en un momento determinado.
Y lo hacen siempre pensando en que están proporcionando a sus hijos, lo mejor.
Para ellos sus hijos son lo más importante en ese momento. Son la responsabilidad mayor que han adquirido.
Cuando le viene un niño nuevo a un profesor de Judo, empieza a conocerlo. Influye la actitud del niño ante la actividad, ante sus compañeros, ante el mismo profesor y los comentarios que hace, para que el profesor se vaya haciendo una idea de cómo es ese niño.
Y para los profesores esos niños “tan importantes” para sus padres, en el grupo muchas veces resultan ser unos niños que a veces se comportan de manera impertinente, no muy bien educados y que en ocasiones nos “desmontan” la clase.
A veces tenemos un niño que nos hace pasar una sesión insoportable, que no nos hace caso, que no sabemos que hacer con él, y cuando termina y sale del tatami vemos como sus padres lo reciben con un “surtido de mimos” difícil de igualar.
Cuando alguna vez tienes ocasión y hablas más con alguno de ellos, observas un cerebro infantil en plena ebullición, quizá desorientado, que discurre y que busca su lugar en el mundo, dejando evidente su falta de malicia y lo entiendes, y al conocerlo más comienzas a sentir que lo puedes llegar a querer, porque como dice Saint Exupery en el Principito, tenemos que tratar de “domesticar”, de crear lazos.
Dice el zorro en el Principito: “Si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mi único en el mundo, seré para ti único en el mundo”.
Y termina diciendo: “porque solo se conocen las cosas que se domestican”
Luego cuando vas tratando al niño y empiezas a conocerlo te das cuenta de que no es tan difícil que puedas llegar a quererlo.
Porque para llegar a querer a una persona hay que conocerla y hay que dedicarle tiempo.
“El tiempo que perdiste con tu rosa, hace que tu rosa sea tan importante” dice más adelante Saint Exupery en el Principito.
En nuestro caso: el tiempo que dedicamos a nuestros alumnos, (que nunca es tiempo perdido), hace que nuestros alumnos se hagan importantes para nosotros.
Nuestra misión como profesores de Judo es ganarnos a los niños, conseguir que el Judo les guste y que vengan ilusionados a la sesión.
Y para ello, siguiendo las indicaciones de Saint Exupery tenemos que tratar de conocerlos.
En alguna ocasión he comentado la idea de que el mejor profesor de Judo no es el que más Judo sabe, ni el que más sabe de Judo sino el que mejor y más conoce a sus alumnos y la motivación que les ha llevado y les lleva a estar allí.
Y para ganarnos a nuestros alumnos tenemos que conseguir que encuentren lo que han venido a buscar. Con los mayores que vienen de forma voluntaria consiste en escucharlos y acertar.
Con los pequeños quizá es más complicado porque muchas veces los traen los padres, sin que ellos tengan especial interés, y venir a Judo les deja sin tiempo para sus actividades habituales que en ese momento el niño cómo conoce, aprecia más: quedarse a jugar en el colegio, estar con sus amigos, ver la televisión etc…
Y cuando el niño viene a disgusto, lo expresa con su comportamiento que deja que desear, y tenemos que conseguir que esto cambie. Tenemos que ayudarle a sentirse bien sobre el tapiz.
¿Cómo podemos hacer esto? Dentro de los ejercicios que habitualmente hacemos, tenemos que tratar de darnos cuenta de qué le gusta y de qué no. Seguramente le gustarán los ejercicios que domina y que le salen bien y tratará de evitar hacer los otros.
Nuestra misión es conseguir que los ejercicios en que demuestra más torpeza, le salgan y se convierta en un “experto”, y él si es consciente de su progresión y percibe la importancia de nuestra ayuda, lo tendremos ganado.
Tengo alumnos que empezaron conmigo de pequeños y que ahora son padres. De muchos de ellos he seguido toda su evolución, los conocí pequeños cuando empezaron, he vivido su vida deportiva, su progresión (entrenamientos, competiciones, obtención de grados…), he conocido su vida paralela (estudios, incorporación al trabajo, relaciones, noviazgos), asistido a sus bodas y ahora tengo a sus hijos en mis clases.
Hijos que a priori miro distinto porque son “los niños de mis niños” a los que he querido, quiero y conozco bien y porque siento cómo los quieren, lo que harían por ellos, lo que les ha cambiado la vida y la importancia que tienen para ellos.
Por eso digo que no somos conscientes muchas veces de la confianza que demuestra y la responsabilidad que asumimos, cuando un padre desconocido para nosotros, y que tampoco nos conoce, sonriente y confiado nos entrega a su niño.
No somos conscientes.