José Ángel Guedea Adiego
8º Dan de Judo

Quique es hijo de mis sobrinos Quique y Begoña. Soy su tío abuelo (¡qué fuerte me resulta decir eso!).

El curso pasado, Begoña me comentó que el comportamiento de Quique, que tenía 5 años, a pesar de todo lo que intentaban poner de su parte, en casa y en el colegio, no era el más adecuado y que habían pensado que una actividad deportiva dirigida, le podía ayudar y había pensado iniciar a Quique en Judo. Le indiqué el horario y empezó. 

Yo a Quique apenas le conocía, sabía de su existencia, y había coincidido con él en alguna reunión familiar.

Quique se incorporó en el grupo de pequeñitos. El primer día con media docena y que fue creciendo a lo largo de las semanas hasta llegar a ser en torno a una veintena durante el curso.

Quique me pareció un niño despierto y listo. Coordinado y físicamente dotado para su edad. Capaz de analizar todas las situaciones y comentarlas procediese o no.

Por lo que le tuve que parar el primer día alguna vez los pies al realizar algún comentario cuando no debió hacerlo, o mantener una postura inadecuada sobre el tapiz. Pero el hecho de observar una disciplina, tener que comportarse y ver como todos, seguían las instrucciones de saludar, de estar en silencio, bien sentados, y además, saltar, correr, subir la cuerda, jugar, hacer ejercicios, probar movimientos, pienso que esa novedad de obedecer y además encontrarse bien, le gustó.

Mis hermanas me preguntaban, ¿qué tal se porta Quique? ¿Lo hace bien?

Y yo no podía más que contestar que Quique en el club y durante la sesión y conmigo, su comportamiento era impecable.

Un día que vino a traerlo mi sobrina Begoña, la invite a que se quedase a ver la sesión, sentada en un banco que tenemos en la sala.

Y Begoña vio como Quique saludaba al entrar. Se sentaba en la fila. No hablaba, ni enredaba, al jugar contemplaba las normas, no engañaba, ni protestaba, y hacía caso a la primera.

Coincidió que ese día comenzaba uno nuevo, también de 5 años, aunque aparentemente más pequeño que él. En el momento de tener que iniciarse en o soto gari, se lo confié a Quique, explicándole que tenía que tener un cuidado especial con él porque era su primer día.

Quique lo entendió, y fue emocionante como le explicaba por donde tenía que agarrarle, qué tenía que hacer para tirarle, cómo aceptaba Quique la caída y cómo lo proyectaba con un cuidado exquisito, cuando le tocaba hacerlo a él.

A su madre Begoña, viéndolo, se le caía la baba, (y a mi también), aunque “chuleaba”, aparentando normalidad.

Terminó el curso en junio y Quique, como sus compañeros obtuvieron su cinto blanco amarillo.

A final del mes de julio, me encuentro a Begoña que me cuenta lo bien que le había venido el Judo a Quique. Que durante el curso, esperaba cada semana el Judo como una fiesta. Que el día que le tocaba Judo, desde el día anterior estaba distinto. Obedecía a la primera, se sentaba a hacer los deberes sin protestar, se portaba mejor.

Y que ahora, en las vacaciones de julio, estaba participando en unas colonias en el colegio en que hacían distintas actividades. Que los primeros días muy bien, pero que los últimos días el encargado de las colonias le había dicho que Quique se negaba a participar en muchas de las actividades. Que estaba negativo. Y ella al llegar a casa trataba de explicarle que jugar en las distintas actividades, aparte de ser bueno para él, hacía que todos pudieran llevar a cabo los juegos, la actividad, y que todos lo pasaran bien.

Y me preguntó, ¿Tú que le dirías?

Y se me ocurrió lo que yo le diría a Quique:

“Quique, eres judoka. Eres cinto blanco amarillo. Cuando uno es cinto blanco amarillo tiene que notarse, no puede portarse mal, tiene que hacer caso siempre a los papás, tiene que tener sus cosas y su cuarto ordenado, tiene que colaborar, ayudar cuando haga falta.

Tiene que notarse que eres blanco amarillo”.

Y le pondría como ejemplo, que él reconoce, cuando en el club durante su sesión entra en la sala algún “mayor”, cinto de color o cinto negro, y no hay que decirle nada, porque entra en silencio, casi sin que se note, se sienta, atiende a lo que se está haciendo, y si se le pide colaborar, lo hace.

Un hermano de Begoña, mi sobrino Rafa es cinto negro. Le diría: “tú has visto a tu tío Rafa hacer tonterías en casa, portarse mal… ahí demuestra que es cinto negro. Pues tú eres blanco amarillo y tiene que notarse. Aquí, en casa, en la calle, en el colegio, donde estés…

Que todo el mundo pueda pensar y decir: es Quique y es judoka”.

Este artículo ha surgido a raíz de que mi amigo y socio Jesús Sánchez me enviara ayer un recorte de una reflexión que hace el campeón japonés Inoue sobre el Judo y que termina diciendo:

“El Judo no se trata solo de perder o ganar, sino también sobre el desarrollo personal.

Y creo que este tipo de espíritu es muy importante y valioso para el Judo, sigamos dando lo mejor de nosotros.

También me dedicaré a hacer todo lo posible por pequeño que sea, por una sociedad en la que podamos decir con orgullo que somos judokas.

Espero que nosotros continuemos trabajando juntos para hacer el Judo más emocionante, respetuoso y maravilloso del mundo

Lo podemos hacer juntos”