José Ángel Guedea Adiego
8º Dan de Judo
“Que los mayores problemas que tengas sean estos”, es la frase que recordó mi alumno Saúl Crespo, que me había oído en ocasiones, y que me dijo que le venía a la cabeza y se decía ahora, cuando recién terminado sus estudios de Administración y Dirección de Empresas, se enfrentaba, abriéndose paso en su vida laboral, a algunos asuntos y entrevistas que le agobiaban.
El médico psiquiatra Rojas Marcos dice que, todas las personas pasamos por momentos o situaciones difíciles que nos abruman en nuestro día a día.
Y a mí me gustó que Saúl me dijera, que pensar eso le ayudaba a darse cuenta, y en ocasiones a abordar la situación a la que se enfrentaba de otra manera.
Y recordé dos artículos que en su momento escribí, uno fue en 2013 en Arajudo, se titulaba, ¡Qué bueno soy!, y otro que subió Alfonso Escobar en la página de la Española en 2015 que titulaba ¡Y no pasa nada!, y que son dos frases, que a modo de mantra, yo suelo utilizar en mi día a día, cuando procede y la ocasión lo requiere.
Algo tan sencillo al comienzo de la sesión de pequeñitos, como cuando están en la fila, nombrarlos a todos, y al terminar decir en voz alta: ¡qué bueno soy!
Después invitar, si alguno se atreve, a repetir mi actuación, cuando termina, a veces con una pequeña ayuda, reconocer también: ¡qué bueno eres!
Porque el que todos nos conozcamos, y nos sepamos el nombre de cada uno, ayuda a la cohesión de equipo y a crear un mejor ambiente en la sesión.
Otro mantra, que oí una vez, hace muchos años, en una serie en televisión y que me viene a la cabeza y del que a veces me sirvo es: “qué cuando peor estemos, estemos como ahora”.
Esta frase nos ayuda en cualquier ocasión porque es real y la hemos podido utilizar cuando, en los tiempos del COVID con amigos y alumnos ingresados, los clubes cerrados, sin poder salir de casa, sin poder trabajar…
La semana pasada tomando un café después de la clase con los matutinos, hice ademán de pagar. Que ni se me ocurriera, me dijeron, y entre varios alumnos se disputaban el hecho de hacerlo. “Que nuestras mayores disputas sea siempre por una razón como esta, y no al revés”. Que podamos “reñir” por pagar, será siempre buena señal.
Y como estos soliloquios y esta forma de hablarnos nos puede hacer bien a todos, quiero recordar los dos artículos que he comentado antes, y que seguro hay quien no ha leído y le pueden resultar interesantes, o por lo menos servir para estar mejor
¡Qué bueno soy!
(14 septiembre 2013)
Santi, es un alumno infantil que tengo en el club. Durante todo el curso llega el primero. Su sesión comienza a las 18.30 y suele llegar sobre las 17.50. Viene en autobús y no se si no calcula bien, si se aburre en casa, o si le gusta estar hablando conmigo, esperando a que lleguen sus compañeros, pero siempre llega el primero.
En el club, desde que el que entra abre la puerta, hasta que desde la recepción se ve quien es, pasan unos segundos porque el pasillo hace una ligera curva. Y en cuanto oigo la puerta antes de verle, como intuyo que es él, le nombro. Cuando nos vemos, como lo he adivinado digo: ¡que bueno soy!
Sonríe, acaba de entrar y se sienta. A partir de entonces tratamos de adivinar quien va a ser el siguiente en entrar. Como “llevo más tiempo”, tengo más experiencia y tengo mejor controlada la llegada de los que van a venir suelo acertar yo más veces. Y cada vez que acierto repito: ¡qué bueno soy!
Soy 7º dan, respondió el ya fallecido Presidente de la Federación Vasca José Juan López Recarte, (“Papito” para nuestro equipo), a la pregunta ¿pero tú haces Judo? que le hizo David Ramírez, entonces campeón de España júnior, en una ocasión con motivo de un viaje a la Republica Dominicana, con la mayor ingenuidad y dejando evidente la ignorancia que caracteriza a nuestros jóvenes competidores.
El pasado mes de agosto, estando solo y viendo por Internet combates del campeonato del mundo cadete celebrado en Miami, comenzado cada combate y viendo como se desenvolvían los competidores, previendo lo que podía pasar, después de acertar en varias ocasiones, me salió decir como le digo a Santi: ¡qué bueno soy!
Luego pensé “bueno tampoco tanto, soy 7º dan, si no entiendo de esto…”, y recordé a José Juan contestando a la pregunta de David.
Porque “más sabe el diablo por viejo que por diablo”.
Y no tiene que ver tanto el grado, que es una consecuencia de estar en activo muchos años, como el tiempo que he dedicado a observar combates y a estudiar competidores propios y ajenos, para ayudar en unos casos y para aprender a contrarrestar en otros, con lo que se me ha agudizado la capacidad de observación de judokas y de combates.
Y esto que me pasa a mi, seguro que nos pasa a todos los que llevamos en torno a 40 años bregando en primera línea.
Los que nos hemos dedicado más como entrenadores, seguro que tenemos una habilidad especial para entrever y adivinar lo que puede acontecer a lo largo del combate.
Los que se han decantado por el arbitraje, les pasa lo mismo pero en un sentido arbitral. Conocen todas las triquiñuelas que pueden emplear algunos competidores, conocen el proceder de los árbitros, y la manera de actuar y las indicaciones con segundas que damos los entrenadores…
Y los que solo se han dedicado a la enseñanza sin apenas haber tenido competidores, ni especialmente arbitrado, apreciaran el nivel técnico de los participantes y advertirán las posibilidades y oportunidades que cada uno pueda tener durante el combate.
Y pensando en esto, me sale decir: ¡qué buenos somos todos!
Y al decir todos, me refiero ahora a este grupo de judokas, profesores, entrenadores y árbitros con un haber de en torno a 40 años de Judo (algunos bastantes más), “de aprendizaje en primera línea en el frente y en la trinchera”.
Porque somos un compendio de todo, ya que en nuestra vida como judokas, hemos sido alumnos, hemos pasado nuestra fase de competición, impartido clases, hemos formado judokas, entrenado a competidores, hemos llevado a cabo alguna tarea federativa y también hemos arbitrado, por lo que concluyo con: ¡qué buenos somos!
Y qué buenos somos, cuando trabajando desde la Federación, en algún momento hemos propuesto, organizado y llevado a efecto una actividad importante para nuestro deporte.
Y qué buenos somos, cuando hemos planteado y somos capaces de plantear el comenzar y sacar adelante la actividad de Judo en un colegio o en un club o asociación.
Y qué buenos somos, cuando hemos realizado durante años (ahora ya apenas se hace así), exhibiciones durante fiestas por las plazas de los pueblos, barrios, transportando tapices, montando escenarios y dando a conocer nuestro deporte.
Y qué buenos somos, cuando nos hemos embarcado e hipotecado muchos años por el sueño de tener un club.
Y qué buenos somos, cuando a principio de curso abordamos con la misma ilusión que el primer día el comienzo de las clases.
Y qué buenos somos, cuando cada día nos ponemos varias veces enfrente de la fila ante un grupo de niños, de adultos y conseguimos que disfruten durante la sesión practicando Judo.
Y qué buenos somos, cuando conseguimos motivar a un grupo de competidores para que se entrenen con mayor ilusión y antepongan el Judo a muchas de sus actividades.
Y qué buenos somos, cuando nos sentamos con ellos para planificar e intentar ordenar sus actividades para sacar mayor partido a sus vidas.
Y qué buenos somos, cuando cada fin de semana, no se nos pone nada por delante y acompañamos a nuestros alumnos a competir, realizar cursos, entrenamientos, a que se examinen o a donde haga falta.
Y qué buenos somos, cuando un fin de semana si y otro también nos llega el aviso desde la Federación de que se nos necesita para arbitrar (no es este mi caso, pero si el de muchos profesores, árbitros en activo que colaboran).
Y qué buenos somos, cuando dedicamos nuestro tiempo, ilusión e invertimos muchas veces hasta dinero en actividades que realizan nuestros alumnos, sin esperar nunca que nos devuelvan ni el tiempo ni el dinero, ni incluso se muestren agradecidos, solo por el hecho del compromiso que hemos asumido con ellos…
Y qué buenos somos, cuando después de llevar estos 40 años, escuchamos y aceptamos críticas de judokas profesores, competidores o alumnos jóvenes, con apenas unos años de experiencia, que sin haber recorrido este camino, con la fuerza de la juventud, se creen con nivel, derecho y en posesión de la verdad absoluta.
Y qué buenos somos, cuando entendemos y aceptamos que pudiendo hacer mejor las cosas, después de mucho tiempo, intentamos cambiar y hacemos un esfuerzo que muchas veces no se nos reconoce.
Y qué buenos somos, cuando valiéndonos del Judo hemos influido y tratado de formar personas, que a lo largo del camino luego encontramos organizados y centrados en su vida.
Resumiendo que el ¡qué bueno soy!, trivial del principio por adivinar quien entra primero en el club, se transforma en ¡qué buenos somos!, por todo lo que he expuesto antes.
Y en este “todos”, nos incluimos toda esta camada de profesores y entrenadores veteranos, que hemos pasado por todas las fases e incluimos también a todos los que nos han precedido y que han dejado un reguero similar a la huella que deja el caracol por donde pasa, para que hayamos podido seguir su trazado.
Y lo que es importante de verdad es que seamos capaces de seguir marcando, para que los que vengan detrás continúen tratando de ser por lo menos así de buenos, que es la manera natural de que el Judo fructifique, evolucione y siga adelante.
¡Y no pasa nada!
(4 de mayo 2015)
Los profesores de Judo habitualmente lo somos por vocación. Nos ha gustado tanto el Judo que hemos decidido dedicar nuestra vida a vivirlo y a transmitirlo. Hemos hecho del Judo nuestra profesión.
Sabemos que no nos haremos ricos pero mientras podamos llevar una vida digna, nos dedicamos a hacer lo que más nos gusta.
A veces nos agobiamos por cosas que en nuestro entorno son importantes o que nos parecen importantes.
En el día a día nos preocupa:
Tener suficiente número de alumnos, que nos salgan bien las sesiones, que respondan los alumnos, que acudan los que esperamos para entrenarse, cuando van a competir que ganen sus combates…
Nos venimos abajo cuando:
No vemos el reflejo del trabajo de nuestros alumnos. Cuando surge una discusión con un alumno o con unos padres intransigentes que no atienden a razones. Cuando no nos salen las cosas como esperamos. Cuando perdemos un alumno.
Aunque todos hemos tenido algún caso, afortunadamente son casos puntuales. Le dedicamos tiempo a un alumno fuera de las clases, le ayudamos a pasar a cinto negro, lo preparamos para competir, en ocasiones nos partimos la cara por él, para que luego posiblemente un día sin dar explicaciones deje de venir, o como decía Luís Zapatero, pionero del Judo en Zaragoza, se “cambie de taller”.
A veces discrepamos con la forma de actuar de la Federación, en cómo organiza sus actividades, en como realiza sus selecciones, en que lleven o no a un alumno a una competición o concentración, y discutimos a veces con compañeros profesores de Judo con los que hemos de seguir conviviendo durante toda nuestra vida.
Y si lo pensamos bien todo esto no es tan importante.
“Estoy nervioso”, decía el año pasado antes de comenzar el campeonato de España en Alcobendas mi amigo Julen Idarreta. “Parece que en esto nos vaya la vida ¡y es solo un juego…! Luego volveremos a casa en tren, en coche…, mañana iremos al trabajo, a la Universidad y seguiremos con nuestras vidas…”
Y en realidad con lo que está cayendo, si lo analizamos, ¿que es importante?
Es importante la situación de la gente que pierde el trabajo.
Es importante la situación del que tiene una familia que sacar adelante y no tiene medios.
Es importante la situación de una familia que van a desahuciar y va a perder su casa.
Es importante la situación del que a causa de una enfermedad o un accidente, le cambia la vida.
Y fue importante y vital la situación de Jesús Asensio cuando sedado los últimos días esperaba sin vuelta atrás, partir… aunque “mientras hay vida hay esperanza”.
Nos preocupamos muchas veces por cosas triviales… Yo cuando soy consciente de que me estoy agobiando por cosas que no son importantes me digo y digo en voz alta:
¡Y no pasa nada!
Y parecerá una tontería pero decirlo en voz alta, escucharlo, me alivia y me ayuda.
Rubén tiene nueve años y es cinturón naranja-verde. En esta ocasión he mezclado sesiones y el grupo se compone con niños de entre 7 y 13 años. Es uno de los últimos días de clase con el curso prácticamente acabado, todos examinados, la exhibición de fin de curso realizada, sin competiciones en el horizonte y dedico más tiempo a realizar juegos en el calentamiento.
Uno de los juegos que me parece interesante por lo que la situación se asemeja a un combate de Judo es el juego clásico de “el pañuelo”.
Todos hemos jugado de niños en el recreo en el patio del colegio. Dos equipos se numeran y uno en el centro con el pañuelo, (en este caso un cinto), los va nombrando, el que se lleva el cinto, a su campo sin que le cojan, gana. El otro queda eliminado.
Y ¿por qué digo que me parece apropiado para hacerlo en una sesión de Judo?
Como ya he dicho, porque pienso que este juego es lo más parecido a un combate:
- Cuando los jugadores son llamados y actúan, necesariamente uno gana y el otro pierde.
- Cuando los dos están cerca del pañuelo a punto de cogerlo, el control que hay que demostrar, el no precipitarse, la toma de decisiones, son todo variables que se dan en un combate de Judo.
- Las cualidades físicas, velocidad, capacidad de reacción, rapidez, habilidad mental, son necesarias en este juego.
- Aquí no influye tanto el color del cinto, el nivel de Judo, la edad o el peso… ante todo influye la habilidad. El ser listo y saber como hacer para ganar.
- Se aprende a saber estar cuando se gana y también cuando se pierde, a veces ante “un rival” mucho más pequeño o de menor nivel en Judo, pero que aquí destaca.
- Se produce una cohesión de equipo importante. Los equipos se componen con todos los miembros del grupo, tratando de conseguir que por edades estén repartidos.
Es emocionante ver como los mayores arropan, se preocupan y cuidan de los pequeños, de que recuerden su número, de que entiendan que pueden perder, de que no se frustren y cuando el pequeño resulta habilidoso y consigue eliminar a un mayor, que haciendo Judo sería impensable, cómo todos lo contemplan, y el pequeño disfruta de su momento de gloria…
Son ellos mismos, los que participan, los que tienen que juzgar, aceptar y reconocer cuando cogen, son cogidos y eliminados, lo que les hace ser responsables y “no vale engañar”… y en esta ocasión Rubén en una situación confusa, quizá por no discutir ha aceptado salir del juego.
Pero Rubén esta vez, lleno de amor propio y con su verdad, y su sentido de la justicia, no está de acuerdo con su eliminación. Y desde la zona de eliminados sigue el desarrollo del juego pero enfadado y sin parar de protestar y murmurar contra la injusticia que piensa que con él se ha cometido.
Y tengo que decirle:
“Rubén, hay que reconocer que en este juego eres bueno. Has eliminado y sido el mejor varias veces. Tienes un equipo de amigos que creen en ti y que te arropan, ¡disfruta con el juego! Diviértete con tu equipo. Que a lo mejor nos hemos confundido todos, es posible, pero no es tan importante. Estás bien, estás entero, te estás divirtiendo, lo estás haciendo genial y ¡no pasa nada! Y no tiene sentido que te estés amargando más tiempo. Anima a tu equipo y disfruta el momento…”
Finalmente parece que el ¡no pasa nada! y el hacerle notar la poca trascendencia del hecho, hace volver a Rubén a la normalidad.
Y esto nos pasa muchas veces a los profesores de Judo. En las clases, en competiciones, en reuniones y en otras facetas de nuestra vida, tenemos que analizar si las situaciones que se han producido y nos afectan, son verdaderamente tan importantes, y si no es así seguro que nos ayuda y nos calma pensar y decir en voz alta:
¡Y no pasa nada!