José Ángel Guedea Adiego
8º Dan de Judo

“Me he jubilado”, me dice un día del pasado mes de diciembre mi amigo Carlos García. Me quedo sin saber que decir, porque siempre he defendido “que un Profesor de Judo no se jubila nunca”.

A los pocos días me enseña un video, que un grupo importante de alumnos han hecho al enterarse de que se jubilaba, reconociendo y agradeciendo su labor durante tantos años.

Y he rescatado el artículo que en su momento escribí para Arajudo. Asensio lo subió en agosto de 2013. Han pasado siete años y como pienso que viene a cuento y supongo que muchos no recordareis o no leísteis lo pongo a continuación.

A Carlos García lo conocí hará unos 50 años. Yo tendría 17 o 18, y él 15 o 16. Yo era cinto azul y él marrón. En el trabajo, a su padre lo habían trasladado y se venían a vivir a Zaragoza. En Judo procedía del Fujiyama de Madrid donde hacía con el maestro Rodríguez Prada y se presentó en el C.D.Northland.

Físicamente bien formado para su edad, hacía unos morotes altos abusando de sus lumbares, y de que era fuerte.

Y a partir de entonces hemos, como dice mi hermana Pilar, “paseado juntos por la vida”.

Hemos crecido juntos. Viajado, asistido a cursos, nos hemos formado, ayudado cuando ha hecho falta y compartido y vivido todo tipo de situaciones.

“No entiendo como siendo tan distintos pueden aguantar tanto tiempo juntos”, comentaba mi alumno Sergio Gayan 2º dan, actual director en una entidad bancaria, con sus amigos Saúl Nafría y Jonatan Crespo, refiriéndose a Jesús Sánchez, Carlos García, Paco Gracia y a mí, José Ángel Guedea, viendo una foto de hace 45 años en un viaje que hicimos a Tauste en el Dyane -6 de Jesús, (era el mayor y el que primero tuvo coche), extrañándose de una amistad de los cuatro, de en torno a 50 años.

Y a este grupo, habría que añadir un quinto: Raúl Merino de Torrelavega al que conocí y empecé a tratar en Ávila en 1984, y comenzó a venir a Zaragoza con “la excusa” de realizar cursos y entrenamientos con sus alumnos cuajó en este grupo. Y en la distancia, ya es uno más.

Los cinco somos rojo-blanco. Jesús y yo octavos danes, Raúl séptimo y Carlos y Paco sextos.

Los cinco hemos recurrido y nos hemos apoyado siempre entre nosotros cuando lo hemos necesitado, presumiendo de una franca amistad basada en el respeto y la confianza.

Y después de ver el video emocionante de reconocimiento de sus alumnos, y que me llena “de orgullo y satisfacción”, como diría el emérito, por mi relación de amistad con Carlos, quiero entender que es “lo que tiene el Judo” además si lo imparte una persona como Carlos, capaz de comunicar valores y conseguir que se lo manifiesten.

“Cuando el río suene agua lleva”, dice el dicho, y si muchos dicen lo mismo, “algo habrá”.

A continuación, pongo el artículo rescatado de agosto de 2013:

Esto es lo bueno que tiene el Judo.

Todos tenemos una historia como judokas.

Empezamos a hacer Judo. Normalmente de pequeños nos apuntan nuestros padres a hacer Judo en un club cercano a casa o en el colegio si ofertan esta actividad. En principio se preocupan y eligen Judo por distintas razones.

Nuestros padres piensan que practicar Judo nos puede venir bien, que el club está en regla y que el profesor está reconocido y autorizado para impartir clases. Y nos encontramos con un profesor que nosotros no hemos elegido: nuestro profesor.

Cuando uno nace, nace en el seno de una familia que no elige. Y nos encontramos con unos padres que no hemos elegido: nuestros padres. Y nuestros padres son los mejores. No nos cuestionamos tener otros. Son nuestros padres. Durante los primeros años de nuestra vida los consideramos los mejores. Conforme tenemos uso de razón vamos advirtiendo que son humanos y como tales tienen sus “cosillas” y vamos advirtiendo sus defectos, pero como nos quieren de manera incondicional, dependemos de ellos, y nosotros los queremos, siguen siendo los mejores. Y además no tenemos otros ni tenemos la posibilidad de cambiarlos…

Volviendo a nuestra historia como judokas.

En el club nos vamos haciendo un hueco. Conocemos a nuestros compañeros, comenzamos a hacer amistades, y bajo la tutela de nuestro profesor vamos practicando Judo y el Judo se va empezando a hacer importante en nuestras vidas. Pasamos de cinto, nos entrenamos y acudimos a las primeras competiciones.

En las competiciones observamos que hay más niños que practican Judo en otros clubes y con otros profesores.

Conocemos y comenzamos a tratar a nuestros rivales. Como coincidimos en la edad y en el peso durante un tiempo, comenzamos a entablar relación con ellos. Y conocemos a su profesor y observamos a profesores de otros clubes y de otros niños. Y vemos como nuestro profesor se relaciona con ellos. Y nuestro profesor como nuestros padres sigue siendo el nuestro y para nosotros: el mejor.

Observamos si nuestro profesor es federativo como “manda” en las competiciones. Si es árbitro como “decide” en los combates. La relación que nuestro profesor tiene con sus compañeros profesores. La consideración que se le tiene y como se conduce durante la competición. Pero haga lo que haga y como lo haga, sigue siendo nuestro profesor y sigue siendo para nosotros el mejor.

Pero como pasa con nuestros padres, cuando comenzamos a tener uso de razón como judokas, comenzamos a observar “cosillas” y defectos que como ser humano tiene nuestro profesor de Judo.

Y llegan las primeras competiciones fuera, y viajamos con nuestro profesor. Le oímos hablar más tiempo fuera de las clases y vemos como se conduce fuera del tapiz que hasta ahora es donde lo conocíamos.

Y como hemos comenzado a quererlo y sentimos que él se preocupa de nosotros, haga lo que haga, como es él el que lo hace, no nos parece especialmente fuerte y lo vamos aceptando como es.

Y poco a poco lo vamos conociendo mejor y nos interesamos por su pasado. Él también tuvo su profesor. Él también paso de grado, también compitió. También hizo cursos, se hizo árbitro y se movió por el mundo del Judo.

Y esta información nos puede llegar por él o nos puede llegar por otros medios.

Hay profesores, sin ser culpa suya, pues no eligieron ni club ni profesor, cayeron en manos de un profesor que, aunque en regla, quizá poco cualificado, inmaduro, que dejó de impartir clase, cambió de club o por circunstancias cerró y como alumnos se vieron obligados durante su formación a pasar por varios clubes y bajo la tutela de distintos profesores lo que provocó esa falta de sensación de ligazón a un club y a un profesor.

Tuvieron una infancia en el Judo “revuelta” y de alguna manera no tienen claro, o sí lo tienen, pero prefieren si no ocultar, no difundir esa parte de su vida como judokas.

Profesores que han competido y han obtenido resultados importantes en ocasiones, y con todo merecimiento alardean de sus títulos. Los que apenas han realizado algunos combates en su vida, pasan un tupido velo o inventan títulos y competiciones que nunca realizaron o donde solo estuvieron ellos.

Pero todos tenemos nuestro pasado, y en un entorno de Judo y a un cierto nivel nos conocemos todos.

Cuando una persona ya de adulto decide practicar Judo, es más normal que elija su club y elija su profesor. Su elección no es tanto por proximidad. Muchas veces se informa donde puede o se dirige donde le han aconsejado. Una vez en el club observa el comportamiento y el trato que el profesor tiene con sus alumnos y con los niños.

Si se integra e identifica con el profesor y el club, también su club y su profesor pasan a ser los mejores y aunque ya tiene su criterio formado, como en Judo no lo tiene, todo es nuevo para él, va entrando y aceptando el Judo en su vida orientado por su profesor.

Depende de en qué familia hemos nacido, lo normal es estudiar, llegar a tener una carrera, o empezar a trabajar pronto.

Depende de en club hemos “caído”, parece natural asistir a campeonatos de cierta importancia incluso participar en ellos, pues es lo habitual entre sus judokas.

Los que se han movido y asistido como espectadores a grandes eventos, campeonatos del mundo y de Europa, Juegos Olímpicos todo se les queda pequeño. Los que apenas se han movido, cuando asisten por primera vez a un campeonato de España, les parece el no va más.

¡Qué suerte tiene Miguel!, dice Daniel, ya adulto en el club, refiriéndose a Miguel un cadete, cuando lo ve practicar con compañeros mayores que haciendo bien, lo cuidan, le ayudan, tratan de corregirle y lo entienden.

Porque es una suerte para el Judo y para el judoka, que en un tanto por ciento importante de judokas se identifican con su club y su profesor y conforme aprenden Judo, se encuentran agradecidos y a gusto.

En ocasiones jóvenes competidores con pretensiones competitivas, ansiando un mayor rendimiento han buscado y buscan en otros clubes, lo que no tienen y no encuentran en el suyo, teniendo que salir incluso de su Autonomía. Pero son casos puntuales.

El Judo tiene la característica de satisfacer los objetivos físicos y mentales de la persona y de que el judoka cuando practica Judo se encuentre mejor.

Es por eso que el judoka tiene facilidad para identificarse con su club y con su profesor y esa es la mayor suerte que tiene el judoka, que piensa que su club y su profesor son los mejores.

Y aun así reconocemos que hay profesores muy buenos y con un palmarés deportivo importante. Incluso cerca, en nuestra autonomía puede haber clubes y profesores mejores. Y asistimos a cursos y tratamos de aprender de todos, pero generalmente somos reacios a cambiar y nos mantenemos fieles a nuestro profesor y a nuestro club.

Esto es lo que tiene el Judo…

Hasta aquí era el artículo publicado en Arajudo y que he rescatado a raíz de ver el video de reconocimiento y gratitud enviado por los alumnos de Carlos.

Quizá el preámbulo del artículo no resulte interesante, pero es historia, es mi historia que puede ser similar a la de muchos Profesores y que de alguna manera nos lleva a entender lo bueno del Judo.