Hablando en las Jornadas de Torrelavega con Víctor García Osado, me preguntaba si me había encontrado con casos en que algún padre me dijera por qué quería que su hijo hiciera Judo y cuales eran los porqués.

¿Nos hemos preguntado los profesores de Judo por qué nos los traen?

Inicialmente quieren que  el niño haga ejercicio, que desarrolle su psicomotricidad, que haga y aprenda un deporte y que se discipline. Los suelen traer para que canalicen su energía y sean disciplinados.

Disciplina significa instruir a una persona a tener un determinado código de conducta u orden. Sin embargo, por lo general el término “disciplina” tiene una connotación negativa. Y esto se debe, a que las instrucciones de garantizar y de que se lleve a cabo el orden, es a menudo regulado a través del castigo.

En los primeros años de vida el niño va demostrando su personalidad. El cariño que recibe de sus padres y el entorno en que se desenvuelve es crucial. 

Los padres quieren de manera incondicional al niño y le consienten si no todo, mucho. Muchos padres permisivos ceden rápidamente ante las protestas de sus hijos porque no soportan verlos llorar y les conceden lo que piden simplemente por verlos callar. No se atreven a contrariarle, no quieren que el niño “sufra”. 

Y necesitan que alguien de fuera marque unas normas, que imparta disciplina aunque sea fuera de casa, porque intuyen que luego  ya trascenderá en la vida de su hijo. Y por eso nos los traen a Judo.

El profesor de Judo llega a querer a sus alumnos. Los quiere bien y de manera distinta. No le duele llevarle la contraria, no le importa, es más le parece educativo y lo es, que el niño aguante sus berrinches. El Profesor de Judo mediante el Judo va a  tratar de conseguir que el niño aprenda a respetar, que va a ser la base de la educación y de las buenas formas.

Y los padres queriendo lo mejor para él, han pensado que el Judo puede además de conseguir que su hijo haga deporte y desarrolle sus facultades físicas, ayude al niño a relacionarse, a aprender a comportarse, a disciplinarse y a impregnarse de ciertos valores.

El niño asiste a Judo en el club o en la sala del colegio. No está en casa con sus padres. Se ve obligado a respetar su lugar de entrenamiento. Las sesiones son colectivas. Tiene compañeros. En el vestuario aprende a desenvolverse en su espacio y respetar el sitio y las pertenencias de los demás. Tiene que aprender a convivir y a considerar el grupo. 

Intenta ir limpio y aseado porque entiende lo molesto que puede resultar ponerse con un compañero cuando no es así. Tiene que llegar puntual para empezar todos a la vez. En el calentamiento, y en los juegos tiene que mostrar respeto a las normas.

Porque el Judo enseña el respeto. Lo primero que observa es que hay un protocolo a la hora de empezar. Hay que mostrar una actitud y hacer una inclinación de respeto (saludar), al entrar al tatami. Luego se realiza un saludo colectivo y cada vez un saludo con el compañero con el que va a trabajar, para terminar con un saludo en grupo todos otra vez.

Descubre al Profesor, que parece que entiende, que sabe lo que se hace y al que todos hacen caso. El profesor les indica lo que tienen que hacer: correr, saltar, mover su cuerpo, los brazos y las piernas de una determinada manera. 

Empieza a descubrir y a ser consciente de lo que puede hacer con su cuerpo. También aprende a caer y se enfrenta con los primeros movimientos que comienzan a salirle y este conjunto de sensaciones, hace que aumente su autoestima por lo que crece el respeto hacia si mismo.

En unos días ha captado que existe un respeto: hacia la sala, hacia el Judo y hacia su profesor, con sus compañeros y con él mismo.

Que existe un respeto a los tiempos y espacios de sus compañeros: que tiene que estar atento y saber escuchar, que tiene que esperar su turno para hablar y no tiene que hablar sin permiso, y que tiene que guardar la fila. 

Cuando coincide que se pone con alguno mayor o más veterano que él, se siente cuidado y respetado y toma nota para cuando le toque a él hacerlo con uno de menor nivel o más pequeño…

Los siguientes días cuando entra en el club y percibe que tiene cerca el lugar donde hace Judo que habitualmente respeta, donde no habla a gritos, donde se  conduce de manera distinta y además se siente bien, hace que tienda a comportarse igual.

Y todo esto lo va trasladando a su vida. Ahora es judoka. Empieza a tener cierta autonomía y a entender por si solo, no porque se lo digan sus padres, que tiene que cuidar y ayudar a mantener ordenado y en condiciones su cuarto y su casa. 

A sus padres que quiere y siempre ha querido, ¡no va a hacerles menos caso que a su profesor de Judo…! y tenderá a obedecerles con prontitud. A sus hermanos, ¿que sentido tiene discutir y reñir con ellos…? Si en el club, se muestra educado, no grita y se comporta de una manera determinada y que le resulta cómoda y agradable, ¿por qué no va a hacerlo en casa?

Y entiende que para que exista el respeto, tiene que aprender a respetar, que para que exista el respeto tiene que intentar comprender al otro y valorar los intereses y las necesidades de los demás. 

Y actuando todos así, es como  conseguimos de verdad hacer del respeto la principal virtud del judoka.