Los tres entraron pienso que un poco asustados. En esta sesión van llegando, y cuando entran en la sala, les facilito unas cuerdas y mientras esperamos que estén todos antes de empezar la sesión de Judo, se dedican a saltar a la comba. Son pequeños, les viene bien para trabajar la coordinación, aprenden a saltar, hacen ejercicio, van calentando y están entretenidos.  Como diría Jorge Gil amigo y alumno 2º dan, médico traumatólogo… “todo ventajas”.

Cuando entra un pequeño nuevo, encargo siempre a algún “veterano” que le vaya iniciando y le demuestre y explique como hay que hacer para saltar a la comba. El veterano al que se lo encargo “se crece”, asume esa responsabilidad y sin empezar la sesión, comenzamos a beneficiarnos directamente de uno de los principios del Judo: “prosperidad mutua”.

Uno de estos nuevos, se llama Rubén. Rubén nunca ha saltado y no sabe, y encargo a un veterano que le instruya. A pesar de su demostración y de sus explicaciones, lo intenta pero no lo consigue, y poco a poco el resto de veteranos en un afán de colaboración rodean a Rubén y todos a la vez con su mejor voluntad, saltan junto a él y lo agobian explicándole cada uno como tiene que hacer.

Rubén se siente abrumado por unos compañeros que le quieren ayudar demasiado, rompe a llorar, echa a correr, sale al pasillo, busca a sus padres y les dice que no le gusta el Judo, que no quiere saltar, que no se quiere quedar y que se quiere ir a casa…

Sus padres lo escuchan y tratan de explicarle que tiene que quedarse, que el Judo le va a gustar y tratan de devolverlo a la sala. Rubén llorando se quiere ir y los padres me miran pendientes de lo que yo pueda decir. Mantiene un rifirrafe con sus padres en el pasillo. Me doy cuenta del agobio que ha sufrido Rubén por parte de sus compañeros y asumo mi parte de culpa.

“Es culpa mía, lo he hecho yo mal” digo acercándome a sus padres y me dirijo a Rubén y trato de convencerle de que pase a la sala. ¡No quiero saltar, me quiero ir! dice.

Cuando Rubén ha salido llorando he mandado “con urgencia” recoger las cuerdas y sentado a todos en la fila donde saludamos.

“Mira Rubén que no están saltando, asómate… que están sentados, ponte con ellos…”

Pero no hay forma…

“Quédate sentado en la puerta y no entres, solo mira, no hace falta que hagas nada, solo mira…” y consigo que un Rubén lloroso, aún en contra de su voluntad empujado y acompañado por sus padres, sentado desde la puerta admita mirar y siga la sesión.

Pido que cada uno de sus compañeros que están sentados, salga de uno en uno a hacer una voltereta.

Rubén que está mirando al ver realizar la voltereta, como si se tratase de un perdiguero cuando marca una pieza que se le levantan las orejas, abre asombrado los ojos y la expresión de su cara cambia.

“¿Sabes hacerlo?” pregunto. Asiente con la cabeza y le invito a demostrarlo.

Rubén se incorpora, pasa y hace una voltereta delante de todos con cierta soltura (son 4 años), que por supuesto celebro ante sus compañeros y que le hago repetir un par de veces más.

Rubén orgulloso de su actuación pasa a engrosar la fila. Saludamos y comenzamos la sesión. Es una sesión de pequeños donde tengo en cuenta las tres incorporaciones y el berrinche por el que ha pasado Rubén.

Realizamos los juegos de rigor de calentamiento, iniciamos la caída de espalda, dedicamos un tiempo a hacer volteretas, empezamos a practicar o soto gari… en resumen una sesión clásica de Judo con muy pequeños donde todo  se desarrolla con normalidad.

Al finalizar la sesión después del saludo, invito a los padres de Rubén a asomarse y hago que Rubén delante de todos (y de sus padres) realice, la caída de espalda, haga una voltereta y que con un compañero demuestre como “proyecta” con o soto gari.

Los padres de Rubén, miran a su retoño, me miran complacidos y me dan las gracias.

Los tres nuevos (Rubén a la cabeza), terminan la sesión entusiasmados.

Volviendo a casa y pensando en la situación recordé esta reflexión y pensé en que pasando un tiempo, podré  constatar hasta donde es cierto lo que en ella expongo.

 

La importancia del nuevo (15 de febrero de 2009)

Muchas veces nos preguntamos que tipo de publicidad podemos hacer para incorporar más niños en nuestras clases. Solemos a principio de curso repartir publicidad, ponemos carteles y de alguna manera informamos de que vamos a empezar la actividad.

Aprovechando la Navidad o el fin de curso organizamos una exhibición donde los padres y amigos pueden conocer el Judo y ver la evolución y la progresión de sus hijos.

A raíz de estas manifestaciones siempre suelen surgir nuevas altas que complementan el grupo, nos motivan y nos ayudan  a seguir.

Alguna vez hemos pensado ¿cuál es la mejor forma de publicidad?

Un judoka en un grupo ya consolidado, que practica Judo hace tiempo, que ha integrado el Judo en su vida, y que en todo su entorno se conoce que practica esa actividad, se ha acostumbrado y el Judo forma parte de sus rutinas, de su actividad normal. El Judo influye en su personalidad y en su forma de actuar, le hace responsable con su vida, coherente en su manera de actuar y de alguna manera va manifestando las actitudes y todos los valores éticos de los que se va impregnado y que del Judo emanan.

Pero a corto plazo este no es el judoka que nos aporta nuevas inscripciones. El judoka que “mejor nos vende” es el nuevo. El nuevo que acaba de comenzar a practicar Judo, el que acaba de descubrir el Judo, es el que mejor publicidad “puntual” va a hacer de nuestro deporte y de nuestra clase.

Es este nuevo que descubre las posibilidades que le brinda su cuerpo, para aprender a caer, para hacer movimientos con los que tirar, que se integra en un grupo, que hace nuevos amigos y descubre que necesita del otro y que necesitan de él para practicar, y el que entusiasmado en casa y entre sus amigos, que aun no hacen Judo, no parará de hablar de su descubrimiento y el  “¿sabes que ahora hago Judo?”, será su frase habitual durante un tiempo y es el que hace la mejor publicidad en el momento.

Por eso es normal que una clase de un grupo de judokas consolidada en el tiempo, con un trabajo serio, constante y bien programado, con un buen ambiente de trabajo de Judo se mantenga en el tiempo aun sin tener nuevas incorporaciones.

Y por estas razones puede ser también que cuando nos entra uno nuevo, este novato cuenta entre sus amigos y familia su descubrimiento y de repente nos encontramos que en el grupo hemos tenido nuevas incorporaciones que bien dirigidos y cuidados forman un semillero importante con capacidad de arrastrar otras más.

Además,

Estamos acostumbrados, y a veces no nos damos cuenta,  “sin querer” o queriendo, en las clases y a través del Judo a fomentar y a transmitir unas formas, un modelo de comportamiento, una disciplina y unos valores que van empapando al judoka y que modelan su conducta.

A nosotros nos parece normal, pero el día en que entran en el club unos padres a informarse, se sorprenden al observar un grupo de judokas, jóvenes o no tan jóvenes en un ambiente donde priman las buenas maneras y que un silencio inusual por la cantidad de practicantes, es el protagonista solo roto por el sonido típico de las caídas y la voz del profesor, en que los judokas agarrados evolucionan por el tapiz, donde el esfuerzo se siente y “se huele” y se observa en el “combate” un intercambio generoso y sincero de conocimientos en un ambiente distendido y disciplinado…

Y también nuestro judokas que imbuidos por las formas y los valores que “maman” día a día en el tapiz y en el club junto a sus compañeros comportan unos valores que no pueden ocultar y la frase de elogio que muchas veces oyen  los padres de un judoka, por parte de otros padres cuyos hijos aun no hacen Judo “…es que tenéis un hijo…” “…claro es que vuestro hijo…” pasa a ser habitual.

Es por todo esto que el objetivo fundamental y más importante que nos tenemos que marcar siempre los profesores de Judo es conseguir que “la mejor publicidad para nuestro deporte y nuestra mejor carta de presentación sean nuestros propios alumnos”.