José Ángel Guedea Adiego
8º Dan de Judo

Es lo que ponía en una pancarta que hicieron los padres de nuestros alumnos en la década de los 90, que llevaban a las competiciones y que terminó colgada en el club,  mucho tiempo.

Y lo cierto es que sí. Lo mejor que tiene un club de Judo son sus judokas. Lo mejor y más importante que tenemos los Profesores de Judo, es nuestra gente, son nuestros judokas, porque ellos, además de ayudarnos a subsistir, son el aliciente para llevar a cabo nuestra vocación. Y es a base de clientes, alumnos y amigos, con lo que salimos adelante.

Y todos son importantes para nosotros. Al principio son importantes, solo por el hecho de ser clientes, y conforme los vamos conociendo, se convierten en nuestra razón de ser, de vivir y de trabajar. De allí su importancia.

Y cuando a veces llegamos a tener con ellos una relación importante, y en alguna ocasión faltan a un entrenamiento, los echamos en falta y nos acordamos de la frase de Alfonso de Lamartine,  “un solo ser os falta y todo está despoblado”.

Y es que es en nuestro trabajo, y en nuestra relación con ellos, donde encontramos muchas veces nuestra razón de vivir, nuestro “ikigai”, como dice Francés Miralles.

En su momento nosotros, que también tuvimos nuestros Profesores, decidimos dedicarnos a enseñar Judo, para ello nos formamos, y durante mucho tiempo aprendimos e hicimos todos los cursos a nuestro alcance, viajamos y conocimos distintos maestros, en los que nos fijamos y tratamos de aprender de ellos.

Nuestros judokas llegan a nosotros, en un primer momento, porque los apuntan sus padres. Luego poco a poco nos van conociendo y van entendiendo lo que les queremos transmitir. El Judo va entrando en ellos, y empiezan a entender que el Judo es más que un ejercicio físico, que es más que solo un deporte, y que puede llegar a ser, una forma de entender y de plantearse la vida.

“Lo tuyo con el Judo es un sacerdocio”, decía mi madre, cuando veía como madrugaba cada día, viajaba constantemente y dedicaba todas las horas del mundo a mi profesión. Al trabajo que había elegido.

Y nuestros alumnos van entrando en el Judo a través de nosotros, y nosotros, de alguna manera seguimos en el Judo, y seguimos viviendo el Judo con ellos, porque a través de sus experiencias con cada uno de ellos, revivimos nuestro pasado y seguimos ilusionados, identificando cada momento de su vida, con lo que nosotros vivimos.

Y se llegan a hacer importantes para nosotros en nuestro día a día. Por ello, no es que no nos importe dedicarles tiempo, es que nos apetece y nos gusta. Nos apetece estar con ellos y vivir en principio su progresión dentro del Judo, pero también muchas veces, nos apetece conocerlos, en otros muchos aspectos de su vida.

“Cuando quieres a una persona quieres saberlo todo sobre ella”

Y además, esa ayuda que les ofrecemos, revierte en nosotros, porque su relación nos da fuerza para vivir y seguir adelante, cuando ya empezamos a sentirnos mayores.

“Estar ocupados en cosas que nos gustan, nos mantiene vivos”

Y nos preocupamos por ellos, porque se han hecho importantes para nosotros y los hemos integrado en nuestras vidas, porque los hemos visto crecer, porque se han formado junto a nosotros, porque hemos vivido sus ilusiones, sus estudios, sus trabajos, sus escarceos, sus problemas, sus relaciones, sus éxitos, y en definitiva su vida.

Y cuando los vemos que, competentes, están trabajando, y que asentados en la vida, desempeñan su profesión, apreciamos como los valores de respeto, orden y obediencia que genera el Judo, han incidido en su personalidad, y como a base de voluntad, disciplina y determinación han madurado y llegado a convertirse en “gente importante”, nos enternece y nos gusta ver como se desenvuelven en su trabajo y en la vida, y descubrimos y apreciamos en lo que se han convertido nuestros niños: en lo mejor.

Como decía en la pancarta que hicieron los padres de nuestros alumnos en su momento: Lo mejor, nuestros judokas.