En el día a día nos preocupa:

Tener suficiente número de alumnos, que nos salgan bien las sesiones, que respondan los alumnos, que acudan los que esperamos para entrenarse, cuando van a competir que ganen sus combates…

Nos venimos abajo cuando:

No vemos el reflejo del trabajo de nuestros alumnos. Cuando surge una discusión con un alumno o con unos padres intransigentes que no atienden a razones. Cuando no nos salen las cosas como esperamos. Cuando perdemos un alumno. 

Aunque todos hemos tenido algún caso, afortunadamente son casos puntuales. Le dedicamos tiempo a un alumno fuera de las clases, le ayudamos a pasar a cinto negro, lo preparamos para competir, en ocasiones nos partimos la cara por él,  para que luego posiblemente un día sin dar explicaciones deje de venir, o como decía Luís Zapatero, pionero del Judo en Zaragoza, se “cambie de taller”. 

A veces discrepamos con la forma de actuar de la Federación, en cómo organiza sus actividades, en como realiza sus selecciones, en que lleven o no a un alumno a una competición o concentración, y discutimos a veces con compañeros profesores de Judo con los que hemos de seguir conviviendo durante toda nuestra vida.

Y si lo pensamos bien todo esto no es tan importante.

“Estoy nervioso”, decía el año pasado antes de comenzar el campeonato de España en Alcobendas mi amigo Julen Idarreta. “Parece que en esto nos vaya la vida ¡y es solo un juego…! Luego volveremos a casa en tren, en coche…, mañana iremos al trabajo, a la Universidad y seguiremos con nuestras vidas…”

Y en realidad con lo que está cayendo, si lo analizamos, ¿que es importante?

Es importante la situación de la gente que pierde el trabajo. Es importante la situación del que tiene una familia que sacar adelante y no tiene medios. Es importante la situación de una familia que van a desahuciar y va a perder su casa. Es importante la situación del que a causa de una enfermedad o un accidente, le cambia la vida.

Y fue importante y vital la situación de Jesús Asensio cuando sedado los últimos días esperaba sin vuelta atrás, partir… aunque “mientras hay vida hay esperanza”. Nos preocupamos muchas veces por cosas triviales… Yo cuando soy consciente de que me estoy agobiando por cosas que no son importantes me digo y digo en voz alta: ¡Y no pasa nada!

Y parecerá una tontería pero decirlo en voz alta, escucharlo, me alivia y me ayuda.

Rubén tiene nueve años y es cinturón naranja-verde. En esta ocasión he mezclado sesiones y el grupo se compone con niños de entre 7 y 13 años. Es uno de los últimos días de clase con el curso prácticamente acabado, todos examinados, la exhibición de fin de curso realizada, sin competiciones en el horizonte y dedico más tiempo a realizar juegos en el calentamiento.

Uno de los juegos que me parece interesante por lo que la situación se asemeja a un combate de Judo es el juego clásico de “el pañuelo”.

Todos hemos jugado de niños en el recreo en el patio del colegio. Dos equipos se numeran y uno en el centro con el pañuelo, (en este caso un cinto), los va nombrando, el que se lleva el cinto, a su campo sin que le cojan, gana. El otro queda eliminado.

Y ¿por qué digo que me parece apropiado para hacerlo en una sesión de Judo? Como ya he dicho, porque pienso que este juego es lo más parecido a un combate:

– Cuando los jugadores son llamados y actúan, necesariamente uno gana y el otro pierde.

– Cuando los dos están cerca del pañuelo a punto de cogerlo, el control que hay que demostrar, el no precipitarse, la toma de decisiones, son todo variables que se dan en un combate de Judo.

– Las cualidades físicas, velocidad, capacidad de reacción, rapidez, habilidad mental, son necesarias en este juego.

– Aquí no influye tanto el color del cinto, el nivel de Judo, la edad o el peso… ante todo influye la habilidad. El ser listo y saber como hacer para ganar.

– Se aprende a saber estar cuando se gana y también cuando se pierde, a veces ante “un rival” mucho más pequeño o de menor nivel en Judo, pero que aquí destaca.

– Se produce una cohesión de equipo importante. Los equipos se componen con todos los miembros del grupo, tratando de conseguir que por edades estén repartidos. 

Es emocionante ver como los mayores arropan, se preocupan y cuidan de los pequeños, de que recuerden su número, de que entiendan que pueden perder, de que no se frustren y  cuando el pequeño resulta habilidoso y consigue eliminar a un mayor, que haciendo  Judo sería impensable, cómo todos lo contemplan, y el pequeño disfruta de su momento de gloria…

Son ellos mismos, los que participan, los que tienen que juzgar, aceptar y reconocer cuando cogen, son cogidos y eliminados, lo que les hace ser responsables y “no vale engañar”… y en esta ocasión Rubén en una situación confusa, quizá por no discutir ha aceptado salir del juego.

Pero Rubén esta vez, lleno de amor propio y con su verdad, y su sentido de la justicia, no está de acuerdo con su eliminación. Y desde la zona de eliminados sigue el desarrollo del juego pero enfadado y sin parar de protestar y murmurar contra la injusticia que piensa que con él se ha cometido. 

Y tengo que decirle:

“Pero Rubén, hay que reconocer que en este juego eres bueno. Has eliminado y sido el mejor varias veces. Tienes un equipo de amigos que creen en ti y que te han arropan, ¡disfruta con el juego!  Diviértete con tu equipo. Que a lo mejor nos hemos confundido todos, es posible, pero no es tan importante. Estás bien, estás entero, te estás divirtiendo,  lo estás haciendo genial y ¡no pasa nada! Y no tiene sentido que te estés amargando más tiempo. Anima a tu equipo y disfruta el momento…” 

Finalmente parece que el ¡no pasa nada! y el hacerle notar la poca trascendencia del hecho, hace volver a Rubén a la normalidad.  

Y esto nos pasa muchas veces a los profesores de Judo. En las clases, en competiciones, en reuniones y en otras facetas de nuestra vida, tenemos que analizar si las situaciones que se han producido y nos afectan, son verdaderamente tan importantes,  y si no es así seguro que nos ayuda y nos calma pensar y decir en voz alta:

¡Y no pasa nada!