José Ángel Guedea Adiego
8º Dan de Judo

Últimos días de agosto. Como ya he comentado alguna vez, estoy acostumbrado a madrugar. Durante el curso, por la mañana suelo bajar pronto al club. De camino, conozco los bares abiertos para aplacar mi adicción al café. Pero si no tengo que ir al club, en la zona donde vivo, también conozco quién abre pronto, donde puedo hacerlo, y voy en su busca.

El viernes último de agosto, siendo aún de noche, llegando al bar en mi barrio, con las calles desiertas a esa hora, veo un “joven”, quizá extranjero, de unos veinte años, que se me acerca, me hace señas, y con cara de preocupación me pregunta ¿Dónde estoy?

Por un momento, pienso en indicarle el nombre de la zona, el barrio, la calle, pero ¿para qué?, ¿qué sentido tiene?, porque seguro que no le dice nada, y le pregunto ¿dónde quieres ir?, no se si no me entiende o no me oye, y agobiado repite ¿dónde estoy?, ¿a donde quieres ir? vuelvo a preguntarle. Al centro, dice.

Vale, sigue recto, y le indico por donde, y a la izquierda. Él, atendiendo a mis indicaciones, prosigue su marcha y yo me voy tranquilo a por mi dosis de café, con la sensación de haber realizado una buena acción, porque de alguna manera he solucionado un problema.

A media mañana, y sentado en la terraza de un bar donde suelo juntarme con mis amigos de toda la vida, Carlos García y Paco Gracia, cuando llega Carlos, me dice: saliendo de casa me ha sonado el móvil. Era Vicente Palomar hijo. De Tagoya.

-No pasa nada Carlos, estoy llamando a Las Fuentes y no hay forma de contactar. Que quería hablar con José Ángel para ver si me podía conseguir algún ejemplar del libro Vivir el Judo-.

-A raíz del problema de la pandemia, en Las Fuentes de momento no hay teléfono, responde Carlos, pero yo lo voy a ver en un rato. Le diré que te llame. –

Desde la terraza del bar llamo a Vicente y me dice:

-José Ángel, quería ver si me puedes proporcionar algún libro del primero que escribiste-.

Como recuerdo que la editorial me pasó una caja, que creo que la tengo controlada y aun guardo algunos ejemplares, le digo: -Creo que tengo algunos, ahora voy a casa y si los localizo te los paso-. -Estaré hasta las cuatro…-  bueno…

En casa los encuentro y tengo quince ejemplares. Aparto cinco para quedarme yo, y los diez restantes los bajo al coche para hacer la excursión a Tagoya.

Cuando Tagoya se instaló, estuvo ubicado en un local en el barrio de San José, luego en una nave en el polígono de Cogullada y ahora en Plaza, a la salida de Zaragoza por la carretera de Madrid. De alguna manera y para mí en la actualidad, ir a Tagoya, me supone una excursión.

Llevé los libros a Vicente. Me vio aparcar desde la ventana de la oficina y me esperaba con la puerta abierta. Se los entregué, los agradeció y volví de mi excursión a Plaza, sabiendo que ahora esos libros, desde allí tienen la posibilidad de ser distribuidos.

“Uno escribe para que le lean” decía un escritor en una entrevista, y estando en una caja en mi casa, poco recorrido iban a tener esos libros. Así, seguro que Vicente tiene más posibilidades de conseguir que lleguen a quien esté interesado.

Y vuelvo a sentirme bien, porque a Vicente le he solucionado un problema y yo, he dado salida a mis libros.

Y estando en casa, suena el teléfono. Es mi alumno Jaime Montaner.

Jaime es actualmente primer dan de Judo, comenzó de pequeño a practicar Judo en el Colegio Británico con mi amigo y socio Jesús Sánchez. Cuando se vino al club por una cuestión de edades pasó a hacer Judo conmigo.

Fuerte, físicamente dotado, Jaime siempre se ha caracterizado por tener una gran fuerza de voluntad. Se ha destacado siempre por su buen hacer y forma de conducirse, por lo que se ha hecho un hueco importante dentro del club, apreciado y querido por todos.

Ha participado en varios campeonatos de España, y si no ha tenido mejores resultados, tengo que asumir mi parte de responsabilidad. Jaime ha llegado al club tarde. Cuando digo que ha llegado tarde, es porque ha llegado en un momento en que la competición se me empieza a apoderar, se me va haciendo grande, y mi preocupación es mayor porque mis alumnos se entrenen sin hacerse daño y se encuentren a gusto haciendo Judo.

Jaime había solicitado y estaba esperando, a raíz de los resultados en selectividad la posibilidad de entrar en las Fuerzas Armadas.

Y me contó que le acababan de llamar para la Armada. Me puso su madre al aparato. Su madre me dijo que sabía que teníamos en el club un alumno que se había formado en la Marina, y que había llegado a ser importante y que le gustaría ponerse en contacto con él para preguntarle algunas cosas.

El alumno en cuestión es Manuel Corral, que ha llegado a ser el comandante del primer submarino de guerra construido en España, el S-81 Isaac Peral.

Le dije que trataría de buscar su número de teléfono. Que hace tiempo que no lo veía pero que trataría de localizarle. Pensé en bajar al club y buscar su teléfono, el de su hermano Miguel, o el de sus padres entre fichas antiguas para localizarle.

Luego pensé que mejor y más rápido, sería localizar a Manuel a través de Paco Gracia.

Paco Gracia, amigo mío de toda la vida, se mueve como pez en el agua en las redes y está en contacto con muchos que han sido compañeros suyos y alumnos del club. Llamé a Paco para ver si tenía a Manuel o a su hermano Miguel Corral en su facebook, y Paco se puso en movimiento.

Al poco rato me llama Paco para decirme que ha localizado a Miguel, el hermano de Manuel, y que a continuación ha hablado con Jaime y que ya están en contacto.

Y me motiva ver la facilidad que tenemos en el mundo del Judo, por cómo todo el mundo responde y se implica cuando hay que ayudar y solventar situaciones.

Los Profesores de Judo, solemos intentar muchas veces, ayudar y tratar de solucionar los problemas que les surgen a nuestros alumnos.

En un primer momento lo hacemos siempre en un contexto de Judo.

Cuando comienzan a aprender las técnicas de Judo, facilitándoles el aprendizaje aplicando distintas metodologías a los movimientos.

Más tarde cuando empiezan a competir, aconsejando y ayudándoles para llegar bien al momento de la competición, a preparar estrategias, observar y analizar rivales.

Y en un primer momento, ese es nuestro trabajo.

Escuchamos “sin querer”, entre bastidores, a veces conversaciones entre ellos en el club,  y nos enteramos indirectamente de posibles conflictos o problemas internos que tienen entre sí, en casa, en el trabajo o con los estudios, que nosotros no apreciamos que sean de especial gravedad, pero que nos anima a intervenir directa o indirectamente en el asunto, para tratar de aliviar la situación.

Y poco a poco, conforme nuestro judoka se implica en el Judo, y nosotros nos volcamos con él y lo vamos conociendo, nos enteramos de cómo lleva su vida, de las distintas situaciones que para él suponen a veces “pequeños o grandes problemas”, y que tratamos de ayudarle a resolver.

Seguro que todos los que llevamos tiempo “detrás de la barra”, si pensamos en todos los judokas que han pasado por nuestras manos, “los problemas” que de ellos y con ellos han surgido, las situaciones que hemos vivido, y la manera en que las hemos solucionado, tenemos historias, anécdotas y ejemplos para aburrir.

Y es entonces cuando los Profesores de Judo, recordando nuestra historia y a nuestros mayores y reconociendo cómo también nos hemos sentimos ayudados, entendemos la sentencia:

“Algo por lo que vale la pena ser recordado, es por la influencia que uno ejerce en la vida de los demás.”

Y acordándome de Jaime, ahora agobiado por todo el papeleo que tiene que hacer, pero seguro que feliz por haber conseguido su objetivo, me vuelve a hacer sentir bien, y ratifica que la mañana del viernes, ha sido, para mí, una mañana productiva de buenas sensaciones.