José Ángel Guedea Adiego
8º Dan de Judo

En marzo de 2020, cuando se declaró la pandemia, nos vimos obligados a cerrar. Dieciocho meses después, en septiembre de 2021, decidimos que teníamos que volver.

En definitiva, año y medio con el club cerrado y sin ingresos. Afortunadamente, el local que en su momento compramos, tiene unos gastos fijos de mantenimiento y administración, pero no los de hipoteca o alquiler, que hubieran sido letales para el club en esta situación, y realmente la vuelta no ha sido tan mala, aunque en ocasiones algunas sesiones las hayamos impartido bajo mínimos.

Empezamos el pasado mes de septiembre, con todo tipo de precauciones por el miedo al contagio y a tener que quedarnos nosotros y nuestros alumnos confinados en casa.

Como norma, gel desinfectante indicado para las manos en el momento de entrar, y mascarilla todo el tiempo dentro del club.

Nuestros judokas respondieron de distinta manera según los grupos y edades. Los matutinos, que tenían muchas ganas, acudieron rápido. Muchos, habían seguido las sesiones que organizamos en el parque y estábamos en contacto.

Y otros muchos adultos también.

Los niños dependiendo de sus padres, influidos por el ambiente, y es comprensible, con cierta cautela. Nosotros, sin atrevernos a hacer grandes cambios en los grupos que hacemos todos los años a principio de curso para ajustar las edades, y este año no lo hicimos. Decidimos que los grupos seguirían como estaban antes de la pandemia, y aunque no encajaran las edades, lo importante era empezar.

Sentíamos la necesidad de volver a estar y de seguir con nuestras clases. De sentirnos necesarios, de realizar nuestra labor. En definitiva, de trabajar.

Y así como los adultos, tenían ganas y acudieron pronto, en algunos grupos, dependiendo del momento, en este curso, nos hemos encontrado a veces impartiendo a niños, lo que podríamos llamar “clases particulares”.

Estar con uno o dos alumnos sobre el tapiz, si lo hemos acordado nosotros, para hacer algún trabajo específico, de técnica, de preparación de competición, de preparación de paso de grado, no nos importa. Y no es que no nos importe, es que nos gusta y nos motiva.

Pero que, en una sesión de niños, te aparezcan dos o tres y de distinta edad y nivel, te complica la vida. En otros tiempos cuando yo empezaba a hacer Judo, el profesor en una situación similar, suspendía la sesión, “porque solo habían venido tres”. Hoy día, con lo que he defendido yo siempre, de que “los importantes son los que vienen”, y entiendo que es así, hemos bregado siempre con lo que ha venido.

Aunque trabajar a ciertos niveles, y tener que curtirnos a estas alturas, nos puede resultar duro.

Y me venía a la cabeza cuando en mis comienzos, impartí mis primeras clases oficiales por las que cobré por ellas. Fue en el gimnasio WHA RANG. Un club de taekwondo que abrieron en la calle Sevilla en Zaragoza. Le propusieron a mi profesor Ángel Claveras, la posibilidad de hacer Judo allí y como Ángel no podía me lo comentó a mí.

Yo por entonces tenía 18 o 19 años y debía ser cinto azul o marrón. Fui a hablar con el propietario que montaba el club, un empresario de Vitoria, que me explicó que el Gimnasio Wha Rang pretendía ser un club de un alto nivel social. Había contratado un coreano 7º dan, y los niños iban a pagar 1000 pesetas al mes por dos días a la semana. Y en Judo sería la misma cuota. Acordamos que yo cobraría el 40%.

 En aquellos momentos en el Northland yo pagaba 360 pesetas, y iba cuando quería. Hago constar este dato para que se vea la diferencia y el porqué estuve dos meses impartiendo clase de Judo a un solo alumno. Un niño de unos 12 años. Recuerdo que se llamaba Enrique, y que, al ser un nombre muy normal, y hace de esto casi 50 años, no creo que importe mucho el nombrarlo aquí.

Tengo que decir que los dos primeros meses estuvo él solo. Luego dos alumnos más. Otro niño con su hermana. Y así un par de meses o tres, hasta que llegó el verano.

Cuando me dijeron de reanudar en septiembre, les dije que ofertaran la actividad. Que, si salía un grupo de un mínimo de personas, estaría dispuesto, y si no, que los asimilara en los grupos de taekwondo, que en realidad era lo suyo.   

Por eso al recordar esta anécdota, de esto hace cincuenta años, cuando me he encontrado este curso en esta situación, con dos o tres alumnos en el tatami, me ha salido recordar mis primeras clases y pensar las siguientes frases que, de alguna manera describen mis sensaciones ante esta situación en el momento de enfrentarme a la sesión: “Y volver a empezar…”, “Quién te ha visto y quién te ve…”, “A la vejez viruelas…”

Y durante cada sesión, después de casi medio siglo, hemos tenido necesidad de pensar, de buscar nuevas ideas, de reinventarnos, para que cada vez nuestros alumnos, “los importantes”, que son los que han estado, hayan salido de la sesión con la sensación de haber trabajado, aprendido y aprovechado el tiempo, hayan estado los que hayan estado.

Y agradecerles también el hecho de haber venido, de estar con nosotros, y habernos facilitado la posibilidad de volver a trabajar.

Y así, nos seguimos curtiendo