José Ángel Guedea Adiego
8º Dan de Judo
¿Qué hago yo aquí?
Esto me preguntaba los primeros días de este pasado mes de septiembre, cuando en el club, después de toda esta etapa de pandemia, con año y medio cerrados, y el pasado curso llevando mascarillas, esperaba a los que fueran a venir antes de las sesiones, sin tener claro quien pudiera aparecer.
¿Qué hago yo aquí? A mis casi 70 años, ¿qué sentido tiene? Esperar ¿a quién? Y es que no he hecho otra cosa en toda mi vida. Cada tarde asistir al club y esperar a mis alumnos. Y es lo que he vivido, con lo que he vivido y de lo que he vivido.
Y el hecho es que durante toda mi vida he pasado por todas las fases que puede pasar un entrenador, un profesor de Judo, menos por esta. Me falta por vivir esta. La etapa de mis 70 años.
Y resulta que en esta etapa que, como no he vivido desconozco, entiendo que soy mayor, que no sé si voy a ser capaz de llevarla a efecto, tampoco sé si tengo ganas de vivirla, y no sé hasta que punto me apetece seguir.
Porque el hecho es que, cada día, me impone más el impartir clases. Me he vuelto miedoso. Temo que mis alumnos se hagan daño, que se lesionen. Y debido a esto, no sé si lo hago bien.
Esta situación se me apodera, porque como no la he vivido aun no la conozco.
Tengo ilusión por llegar y celebrar el 50 aniversario del club, pero faltan cinco años.
No se si voy a ser capaz de aguantar.
A veces hay días que no encuentro la motivación que tenía siempre antes de cada sesión. Cada día me hace ilusión encontrarme con mis alumnos, ver a mis niños, ver cómo hacen Judo, tratar con ellos e intentar hacerles sentir bien. Pero me impone y me cuesta… ¿será la edad? Ya digo, esta etapa es nueva para mí. Nunca he impartido clase siendo tan mayor, con casi 70 años.
Y se acentúan mis rarezas más que nunca. Me molesta claramente cuando observo en algunos una mala educación, cuando en un grupo los niños no hacen caso. Cuando entre ellos no se comportan como pienso que deberían hacerlo.
Me gustaría poder llegar a celebrar nuestro 50 aniversario, y juntar a todos nuestros alumnos que han pasado por el club y vivido el Judo con nosotros, que quieran estar, y a los Profesores y amigos que han sido más relevantes en la vida del club.
El maestro Leberre, el Profesor francés Jean Cotrelle, nuestro Profesor Ángel Claveras, mi amigo y socio Jesús Sánchez y yo José Ángel Guedea. Junto a nosotros tener a nuestros amigos de toda la vida, Carlos García, Paco Gracia y Raúl Merino, que han sido determinantes en nuestra existencia y han participado en la vida del club.
Cada vez que hablo con el maestro Leberre, le digo que me gustará que esté ese día. Se lo comento para que tenga una ilusión, y un objetivo por seguir viviendo y aguantar.
Yo también me planteo ese objetivo, y espero llegar. Lo comento cuando puedo con mi amigo y socio Jesús Sánchez, y así parece que está más cerca. Y los 50 años se cumplirán, pero nuestra duda ahora es si podremos aguantar impartiendo clases y con el club abierto…
Recuerdo que en su momento escribí un artículo que publicó Jesús Asensio en Arajudo y que titulaba ¿Hasta cuándo?, tratando este tema. Carlos Montero hizo un apunte al respecto y quiero poner a continuación las dos reflexiones que me parecen oportunas, ante esta situación.
¿Hasta cuando?
Como dice Pablo Milanés “el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos…”
Y nos induce a pensar hasta cuando y cuando quizá hay que empezar a plantearse que hay que dejar de trabajar…
Una persona que trabaja en la administración, un funcionario, ahora por ley se jubila a los 67 años. En ocasiones cansado de trabajar solicita la jubilación anticipada y también dependiendo del tipo de trabajo que desempeña, policía, bombero, etc… llegado un cierto momento es destinado a tareas de oficina más acordes con su edad.
Muchas veces el momento de jubilarse va a depender sobre todo de la pensión de jubilación que va a percibir y a veces alarga la vida laboral solo por esa cuestión.
Llegando a una edad determinada, el trabajador decide dejar el trabajo y dedicarse “a disfrutar de la vida”. De algunos trabajos, de los trabajos que no satisfacen es perfectamente comprensible que uno quiera jubilarse.
¿Cuál es la situación del profesor de Judo?
El profesor de Judo que ha elegido serlo por vocación, que no ha hecho otra cosa que “disfrutar de la vida” a través del Judo, que el Judo lo ha sido todo para él y que lo ha vivido al máximo, sin que dependa muchas veces del tema económico para sobrevivir, se resiste a dejarlo.
Pero, ¿hasta cuando se puede considerar que un profesor de Judo está capacitado para seguir impartiendo clases de Judo? ¿Hasta cuándo es competente explicando Judo? Y ¿a quién? ¿a niños? ¿a adultos? ¿a profesores? ¿Mientras tenga alumnos?
¿Mientras pueda demostrar? ¿Mientras pueda transmitir? ¿Hay una edad límite para impartir clases? ¿Es para todos igual?
¿Quién tiene que decirle que lo deje ya? ¿Tiene que darse cuenta solo? ¿Se lo tienen que decir sus alumnos? ¿Sus amigos?
Conforme pasa el tiempo, el profesor de Judo que ha comenzado su labor en torno a los 20 años, cuando podía con todo, cuando no se le ponía nada por delante, cuando aun era competidor, demostraba que podía ganar y ganaba, va asumiendo su deterioro físico.
El paso del tiempo, y lo que hace con nuestro cuerpo no debería resultar ofensivo ni escandaloso, sino completamente asumible y natural y sin embargo nos cuesta aceptarlo y más a los profesores de Judo que estamos siempre en contacto con judokas, jóvenes, fuertes, con una vitalidad desbordante y una insultante juventud.
En todo este tiempo el Profesor de Judo ha aprendido más, sabe como hay que hacer las cosas, lo que sucede es que cada vez puede demostrar menos como él quisiera. El profesor de Judo que en su momento se entrenó, se preocupó por aprender, por hacer bien los movimientos de Judo para poder trasmitirlos, choca ahora con la imposibilidad física de poder demostrar como a él le gustaría.
En otras profesiones esto no pasa y se puede trabajar hasta muy tarde.
Picasso con 56 años pintó el Guernica, con 75 “mujer desnuda delante del jardín”.
Dalí, pintó su ultimo cuadro “la cola de la golondrina” en 1983 con 79 años.
Vargas Llosa con 74 años escribe y tiene un gran éxito con “el sueño del celta”.
Nos decía el maestro Chung en un curso en Zaragoza hace muchos años: “habéis elegido el deporte más bonito del mundo, pero también el más difícil e ingrato”
Yo entonces lo de bonito lo entendía, lo de difícil también, lo de ingrato no veía por donde cogerlo y ahora lo voy entendiendo.
Porque el Judo es ingrato.
Es ingrato cuando eres competidor, porque entrenarte fuerte y hacerlo todo, no te garantiza la victoria.
Es ingrato cuando te vas haciendo mayor, que es cuando más conocimientos has acumulado y vas perdiendo la capacidad física que necesitas para demostrarlos como te gustaría.
Además, es ingrato porque se te pone en evidencia cada día cuando impartes clases, al estar rodeado de gente joven y ver a tus alumnos ágiles, fuertes, vitales, llenos de energía con todo un futuro por delante, sin que se les pase por la imaginación que el momento en el que tú estás, les llegará.
Te ven y piensan que es normal que tú envejezcas porque eres mayor que ellos, pero igual que tú no lo pensabas de joven, no se ven en la situación.
Y sigue siendo ingrato porque cuanto más grado tienes, y más experiencias y Judo acumulas, menos te permite tu organismo demostrarlo.
“Como te veo me vi, y como me ves te verás” nos decía una de mis abuelas cuando de pequeños mis hermanos y yo, jugábamos y enredábamos a su alrededor y no entendía que no tuviéramos en cuenta “su estado”.
Impartes una clase de pequeños, y si no has dejado nunca de la mano esa edad, te gusta hacerlo, incluso te das cuenta y sabes que lo haces bien, pero hasta cuando y ¿porqué a esos pequeños no se les da la oportunidad de que tengan un profesor joven como cuando tu empezaste? Seguro que tú “no lo haces mal”, pero seguro también que hay ejercicios, juegos, acrobacias y habilidades, que no puedes demostrar, que te da miedo que hagan y de alguna manera limitas su progresión…
También eres más estricto y más exigente en cuanto a conducta, formas y comportamiento, pero ¿no tienen derecho esos pequeños a tener un profesor joven, con nuevas energías, más permisivo, menos autoritario…?
Comentaba el maestro Macario García padre, que él habitualmente no imparte clase a pequeños y que cuando lo hace no hace juegos, en sus clases directamente se hace Judo, y si alguna vez tiene que dar una clase porque Macario García hijo o el profesor que corresponde no puede por la causa que sea, se avisa a los niños de que la clase la va a impartir el yayo Macario, y que con el yayo Macario “no hay juegos…”
Y en la clase de adultos. Aquí es otra historia. Si tus alumnos se han hecho mayores contigo, te conocen, te entienden y porque te quieren te aguantan y con las rutinas que has establecido hasta se encuentran cómodos. Si han venido nuevos, si les encajas y encajan con el grupo, se quedan, pero si no les convences y quieren tener un profesor más joven…pueden seguir buscando…
“Cuando coges a David…”, me dice Sergio un antiguo alumno segundo dan, que ahora no está haciendo Judo por como ha cambiado su vida, pero en cuanto puede trae a David de tres años para que corra, juegue y haga volteretas por el tapiz.
Y me hace ilusión oírlo y agradezco que me lo diga. Y quiero hacerle entender que por mi situación ya no estoy para emprender tareas, ni para abrir nuevas carpetas, sino para ir cerrando las que aún me quedan abiertas.
Sergio guarda un recuerdo imborrable de sus años de Judo y de todo lo que el Judo ha aportado y ha significado en su vida y quiere que David viva esa experiencia. Lo que Sergio no se da cuenta, de que el profesor con el que él la vivió, no es el mismo y eso le cuesta entenderlo.
Y yo quiero lo mejor para Sergio y para David, y para todos mis alumnos y sus niños y mientras aguante y me aguanten estaré al pie del cañón. Pero David con tres años tiene derecho a tener su profesor de Judo, no el de su padre.
Y para terminar quiero decir que esta reflexión, que muchos judokas y profesores jóvenes quizá no entiendan ni se identifiquen “de momento” con ella, la llevo en mente hace mucho tiempo.
Se ha disparado a raíz del verano 2011, tras asistir a las Jornadas en Torrelavega con el maestro Leberre, al que conozco desde hace más de treinta años, que entonces con casi cincuenta “se nos pasaba por la piedra” a todos los “stagieres”, incluidos medallistas franceses, con un Judo excepcional y de verle demostrar ahora con cerca de ochenta años, con la calidad y la clase de siempre, y ciertas limitaciones y seguro que sabiendo mucho más de Judo y de la vida.
De unas conversaciones que mantuve con el maestro Rafael Ortega en Alicante, y de componer el artículo “Tomemos medidas”, donde tuve que investigar por Internet a los actuales décimos danes.
Descubrí un video donde aparecía la primera mujer décimo dan Keiko Fukuda (98 años), en una silla de ruedas y ayudada por una asistente para ponerse en pie. Seguro que estaba genial de cabeza porque si algo nos mantiene despiertos a los Profesores de Judo es el trato constante que tenemos con los judokas jóvenes y vitales.
Pero todo esto no es nuevo, en el siglo XV ya lo decía el poeta Jorge Manrique:
“Todo se torna graveza cuando llega el arrabal de senectud…”
Y así terminaba esta reflexión cuando era un borrador hasta que el otro día, leyéndola Saúl Nafría, y llegando al punto en que digo que David tiene derecho a tener su profesor y no el de su padre, “indignado” me dice: ¡pero no te das cuenta maestro, que lo que quiere Sergio, es que seas tú con todo lo que comporta y no otro, el profesor de David! Y enumera un montón de razones para argumentarlo.
Y no se imagina Saúl, cómo agradezco todo lo que dice y cómo lo expone, porque además se que es sincero, lo siente y lo expresa de corazón.
Y llego a entender que por la responsabilidad que conlleva y el compromiso adquirido al menos con nuestros alumnos, nuestros amigos y sus niños, a pesar de la duda que nos surge a veces de ¿hasta cuando?, esta interrogante los profesores de Judo tenemos que aplazarla, debemos ignorarla y que sea el tiempo, el kilometraje o las circunstancias las que determinen cada situación.
Después de “hasta cuando” (por Carlos Montero)
No he podido resistirme ante la última reflexión del Maestro Guedea. Se pregunta hasta cuándo deben permanecer activos los más mayores, aquellos que fueron jóvenes profesores de judo y han dedicado toda su vida a enseñar lo que saben. Permíteme querido José Ángel que te de mi humilde opinión: “hasta que vosotros queráis, que ojalá sea muchísimo tiempo”.
Se cuestiona la capacidad de los “mayores” para demostrar técnicas o gestos por la falta de capacidades físicas, pero no me cabe duda que la “demostración” no es más que una herramienta para transmitir el conocimiento, y que existen muchas más igualmente válidas. Ser capaz de proponer al alumno un problema, creando esa inquietud que le suponga un reto, y dando las directrices más correctas para que se desarrolle con éxito por parte del alumno… ¿acaso no es igual o más válido a la hora de transmitir judo? Cada cosa tiene lo suyo, pero a buen seguro cuando uno no puede demostrar tiene fotos, vídeos de uno mismo o de otro deportista, dibujos o un sempai con oficio que suplen la necesidad de que el maestro de una determinada edad, se vea en la obligación de hacer un gesto imposible. Pero, ¿es que enseñar judo se reduce a enseñar técnicas de proyección, inmovilizaciones, luxaciones o estrangulaciones? No quiero resultar impertinente, pero creo que a estas alturas a nadie se le escapa la intrascendencia de esto, y sobre todo a determinados niveles de dominio deportivo.
¿Quién nos va a enseñar a saber estar en un tatami? ¿Quién enseña a los jóvenes los valores que nos diferencian de tantas otras disciplinas? ¿Quién transmite con su mera presencia las actitudes que conducen al judoca a un triunfo seguro en la vida, más allá de ganar o perder un combate? Evidentemente los maestros a los que hacía referencia José Ángel Guedea. Ojalá tuviera yo la suerte que tienen tus alumnos José Ángel, y pudiera contar con mi maestro, José Luís De Frutos, al que hago referencia cada día. Algunos dirán que soy un pesado cuando en cada presentación en un congreso o curso de judo recuerdo a José Luís como el verdadero artífice de lo que van a ver. Él me transmitió, más allá de su capacidad a la hora de ejecutar movimientos de judo, lo que significa luchar por un objetivo, ser tenaz, exigente conmigo mismo, constante, respetuoso, elocuente, realista, sincero, honorable y un sinfín de cuestiones más que yo sigo intentando cada día en busca de una excelencia personal, profesional y deportiva de la que aún me encuentro muy lejos.
Entiendo que cada uno tenemos una función dentro de este equipo que formamos los judocas españoles, y que tenemos mucho camino que andar si queremos situarnos en la élite deportiva mundial, pero también en la élite social a la hora de hacer valer nuestra disciplina deportiva en la sociedad en la que vivimos, donde decir “soy judoca” no supone el impacto de decir lo mismo en países como Japón o Francia. Necesitamos a los grandes maestros como vosotros, por eso en el Club Miriam Blasco donde trabajo, mimamos lo que podemos a nuestra joya, José Alberto Valverde, porque sin él, sin vosotros, todos salimos perdiendo. Dejemos que los jóvenes empujen fuerte, derrochen la energía que a otros les falta. Pero dejemos también que los “mayores” nos enseñen el camino, tal y como dicta el propio judo. Hagamos cada uno lo posible por ser mejores en nuestro espacio, y contribuyamos así a lograr un espacio mejor para todos nosotros ante los demás. Si los “mayores” demuestran y ejecutan las técnicas mejor que los jóvenes, mala señal. Si los jóvenes intentan apartar a los “carcas” (según su argot) porque ya no valen para nada… auguro un mal viaje para todos. Entendamos el judo como un deporte de equipo y aceptemos cada uno nuestro propio rol, sólo así creceremos juntos y honraremos la memoria de tantos que lucharon por este deporte.
Carlos Montero – 30-12-11