José Antonio Sánchez Gandoy
8º Dan de judo

Esos campeonatos que ahora han adquirido un nivel óptimo en las retransmisiones televisivas apoyados por comentaristas con un buen bagaje de argumentos técnicos que nos ofrecen datos interesantes y realzan el juego mostrando situaciones del combate como para seguirles muy atentos, me hacen sentir que tenemos unos medios que nos han catapultado en las redes y nos acercan hasta disfrutar de lo mejor del judo mundial en solo un clic.

Poder conocer a los rivales de más nivel también nos ayuda a valorar de forma fiel las dificultades que han de pasar nuestros deportistas hasta conseguir la marca mínima exigida para optar a una plaza en los campeonatos de Europa, del Mundo, JJOO, etc.

Sin duda estamos ante el gran judo. El campeonato esperado. Todo ha cambiado para bien y gozamos de una puesta en escena tan atractiva como pueda tenerla el mejor de los deportes. Solo queda sentarse ante la pantalla y dejarse llevar.

Y empezada la competición al final siempre tengo un guiño extraño. Podríamos hablar de lo mucho que sucede en cualquier evento pero ahora quisiera desviar la mirada hacia un instante concreto que existe en cada partido. Me refiero a “la entrega de medallas”. La nube a que te transportan los himnos nacionales, el protocolo de personalidades que te cuelgan el metal, el público y los rivales que con sus aplausos conforman las sensaciones del triunfo. En definitiva la emoción de hacer podio y por solo unos momentos disfrutarlo justo desde el cajón.
Eso hace necesaria la participación y sentimientos de los grandes actores. Chicas y chicos convertidos en figuras que mantienen vivo el fuego del espectáculo en sus distintas especialidades, kata, combate, etc., saliendo bajo la bandera de un país con la idea fija de brindarle un podio y buscando para ellos mismos el lugar más elevado posible en el ranking. Hablo de los “campeones”.

Lideran las clasificaciones y son referentes asentados en lugares donde es muy difícil mantenerse. Siempre luchando para dar un paso más. Con el hambre de la élite. Allí están los deportistas encumbrados que todo el mundo admira y conoce pero que son los mismos que en algún momento se han dejado jirones de vida para coger ese tren pues ese camino muchas veces pasa por calles en penumbra donde es difícil avanzar. Ahí están solo quienes se lo han ganado con su esfuerzo. En esa liga todos saben que no hay regalos. Jungla de buenas maneras pero de enormes batallas. ¡Nada es fácil!.

Y es entonces cuando sin darme cuenta me viene a la cabeza … ¿Tendrán dos segundos una vez conseguido el objetivo de la victoria para recordar sus comienzos? ¿Sus primeros pasos con judogi?, ¿Aquellos compañeros?, ¿Su maestro?, ¿Su club?.

Asistí a algunos mundiales y siempre me atraía esa idea cuando les veía con la medalla. Estaría bien entrar en su cabeza para ver hacia donde vuelan las emociones ¿Qué será ahora mismo de quien le dió las primeras clases, le enseñó los saludos y los ukemis o cómo avanzar en sus kyus?. Gracias a él pudieron amar el judo y juntos durante años imprimieron un estilo que le hizo crecer y sobresalir hasta que su calidad le llevó a ser un habitual de los primeros lugares o llamó la atención de potentes formaciones que después decidieron ficharlos. Podría haber sido así.

Y si lo fue, en ellas también tuvieron entrenadores y maestros a quienes deben casi todo, pues les guían en este triunfo. Y entonces la lista de recuerdos puede ser larga.

Durante esas ceremonias como abstraído miro la tele y muy de cuando en cuando se me viene el viejo chispazo de pensar que detrás de cada campeón va su pequeña historia. Una profesora o un profesor de judo que a veces “no parece” demasiado importante (quizás apenas segundo o tercer dan) pero que a diario se vuelve enorme, grandioso, inalcanzable. Porque ese entrenador lo fue y lo dio todo.
Maestros que toda su vida han ofrecido a sus alumnos cuidados y trabajo. Y entre esos alumnos estaba quien hoy logrando alzarse con el triunfo hace sonar el himno de su país y lucir la bandera más alta. Ese deportista a quien guió en el primer paso titubeante en el tatami y que ahora pasado el tiempo cuelga el oro en su cuello.

Por eso, casi sin querer, establezco una conexión imaginaria más por mis ganas de que suceda alguna vez que por otra cosa. Estaría bien que recogiese su medalla mientras le roba dos segundos a la realidad para perderse en un “me acuerdo del primer día que …” .

Pero se viven muchas sensaciones en el podio. Muchas para poco tiempo.

Además también “desde el otro lado” me viene la pregunta del efecto rebote. El otro lado del espejo para una lucha de recuerdos. ¿Le estará viendo su primer maestro?. Pero no hay respuesta. Nunca la hay.

Da igual, estoy seguro de que durante un instante se me volverá a colgar del pensamiento la misma pregunta en el próximo campeonato. Casi siempre me pasa.

Y ahora mismo ante el televisor, con la competición terminada y la duda una vez más sin resolver, vuelvo a la realidad para darme cuenta de que todo continúa felizmente: El JUDO, las retransmisiones, los torneos, los federativos, los clubes, los miles de profesores, los competidores, los judokas y nuestros campeones.