“El niño asiste a Judo en el club o en la sala del colegio. No está en casa con sus padres. Se ve obligado a respetar su lugar de entrenamiento. Las sesiones son colectivas. Tiene compañeros. En el vestuario aprende a desenvolverse en su espacio y respetar el sitio y las pertenencias de los demás. Tiene que aprender a convivir y a considerar el grupo.
Intenta ir limpio y aseado porque entiende lo molesto que puede resultar ponerse con un compañero cuando no es así. Tiene que llegar puntual para empezar todos a la vez. En el calentamiento, y en los juegos tiene que mostrar respeto a las normas.
Porque el Judo enseña el respeto. Lo primero que observa es que hay un protocolo a la hora de empezar. Hay que mostrar una actitud y hacer una inclinación de respeto (saludar), al entrar al tatami. Luego se realiza un saludo colectivo y cada vez un saludo con el compañero con el que va a trabajar, para terminar con un saludo en grupo todos otra vez.
Descubre al Profesor, que parece que entiende, que sabe lo que se hace y al que todos hacen caso. El profesor les indica lo que tienen que hacer: correr, saltar, mover su cuerpo, los brazos y las piernas de una determinada manera.
Empieza a descubrir y a ser consciente de lo que puede hacer con su cuerpo. También aprende a caer y se enfrenta con los primeros movimientos que comienzan a salirle y este conjunto de sensaciones, hace que aumente su autoestima por lo que crece el respeto hacia si mismo.
En unos días ha captado que existe un respeto: hacia la sala, hacia el Judo y hacia su profesor, con sus compañeros y con él mismo.
Que existe un respeto a los tiempos y espacios de sus compañeros: que tiene que estar atento y saber escuchar, que tiene que esperar su turno para hablar y no tiene que hablar sin permiso, y que tiene que guardar la fila.
Cuando coincide que se pone con alguno mayor o más veterano que él, se siente cuidado y respetado y toma nota para cuando le toque a él hacerlo con uno de menor nivel o más pequeño…
Los siguientes días cuando entra en el club y percibe que tiene cerca el lugar donde hace Judo que habitualmente respeta, donde no habla a gritos, donde se conduce de manera distinta y además se siente bien, hace que tienda a comportarse igual.
Y todo esto lo va trasladando a su vida. Ahora es judoka. Empieza a tener cierta autonomía y a entender por si solo, no porque se lo digan sus padres, que tiene que cuidar y ayudar a mantener ordenado y en condiciones su cuarto y su casa.
A sus padres que quiere y siempre ha querido, ¡no va a hacerles menos caso que a su profesor de Judo…! y tenderá a obedecerles con prontitud. A sus hermanos, ¿que sentido tiene discutir y reñir con ellos…? Si en el club, se muestra educado, no grita y se comporta de una manera determinada y que le resulta cómoda y agradable, ¿por qué no va a hacerlo en casa?
Y entiende que para que exista el respeto, tiene que aprender a respetar, que para que exista el respeto tiene que intentar comprender al otro y valorar los intereses y las necesidades de los demás.”
Y después de este paréntesis sobre el respeto, quiero recordar que este artículo ha surgido ante la pregunta que nos plantean a veces: ¿Cómo habéis podido aguantar tanto tiempo juntos?, refiriéndose a Jesús y a mi como socios bregando con el Club de Judo Las Fuentes.
Y ante esta cuestión solo se me ocurre una respuesta: con respeto y confianza.
El primer recuerdo que tengo de Jesús Sánchez, es en una competición, el Trofeo del Pilar en octubre de 1969 que se celebró en la Academia General Militar de Zaragoza.
Jesús era un cinto azul ligero del club Judokwai, que se enfrentó a un peso pesado también del Judokwai el cinturón negro Pedro Auría al que aplicó un ko soto gake con tanta pericia, que Pedro solo pudo evitar girando cuando caía, para acabar inmovilizando a Jesús. Pero esa acción de un ligero “que tiraba a un gordo” con una diferencia tan evidente de peso, en la primera competición a la que yo asistía como espectador se me quedo grabada.
Yo por entonces era cinturón amarillo, había empezado a practicar Judo en abril y tenía 15 años. Jesús debía rondar los 18.
El lunes siguiente apareció en el CD Northland con su compañero Mariano Benito para hablar con Ángel y a partir de ese momento los dos se incorporaron a los entrenamientos en el CD Northland.
Como a los dos nos gustaba tanto el Judo, pasábamos mucho tiempo en el gimnasio participando en todas las sesiones posibles. Desde el primer momento congeniamos. Terminada la jornada volvíamos juntos para casa, y cómo no, hablando de Judo. El camino hasta casa se nos hacía corto y quedábamos las tardes de los sábados, con la excusa de ir al mesón de pimiento, y seguir hablando… de Judo.
Jesús era minucioso y detallista en su vida y en el momento de practicar Judo. Siendo ligero tenía que “buscarse la vida” para sobrevivir en el tatami. En suelo era realmente efectivo, para lo “pequeño y ligero” que aparentaba ser. Tenía unas manos con unos dedos realmente fuertes, quizá producto del trabajo manual en la tapicería de su padre.
Siendo cinto marrón Jesús se hizo monitor, (entonces se podía) y comenzó a impartir unas clases martes y jueves que nuestro Profesor Ángel Claveras tuvo que dejar, en el club Karate kan que regentaba Antonio Piñero.
Al tiempo, yo ya era cinto marrón, Jesús se marchó tres meses con el Profesor francés Jean Cotrelle, a vivir con él y a aprender a ser Profesor de Judo. Durante ese tiempo las clases de Jesús del Karate kan me las adjudicaron a mí. Antes había impartido alguna sesión de manera esporádica cuando Ángel no podía asistir. Pero estas fueron mis primeras “clases oficiales”, aunque yo aun no tenía ninguna titulación…
Volvió Jesús, y más encendidos que nunca seguimos con nuestro Judo. Son los tiempos de los 500 uchi komi en una hora. De las “quedadas particulares” con Ángel para entrenar y hacer suelo… de los sueños, ilusiones…
Soñábamos con ir a Japón. Conocíamos la leyenda de Antonio Millán un mayor del Judokwai que había marchado y se había quedado allí.
Seguíamos entrenando en el Northland, yo había empezado a estudiar Veterinaria, habíamos empezado a impartir algunas clases de Judo, Jesús en el Karate kan y en La Almunia, yo en Tauste y juntos en algún colegio…
Soñábamos en llenar nuestra vida de Judo. No se donde habíamos oído hablar del Sekijuku, un centro que el legendario japonés Okano tenía, donde admitía extranjeros.
Sin haber estado ni conocer Japón nos lo imaginábamos como un lugar donde vivir y hacer Judo. Vivir, comer, estar, entrenar, dormir en el tatami. Despertarte y poder hacer Judo, dormirte haciendo Judo… en fin sueños…
Buscamos una casa en un pueblo cerca de Zaragoza para hacer nuestro Sekijuku, y terminamos alquilando un local en el barrio de Las Fuentes.
Recuerdo cuando agobiados por todo el entramado donde nos estábamos metiendo, hablamos con el maestro Talens que nos dijo “Si tenéis ilusión ¡adelante!”
Y como ilusión era lo único que teníamos: “adelante”.Y así seguimos después de más de 40 años de amistad, basados en una confianza importante del uno en el otro, y un respeto a todos los niveles que nos ha ayudado a conocer nuestras cualidades y nuestras debilidades, y entre los dos, a aprovecharlas y a superarlas.
Las máximas más conocidas de Jigoro Kano son:
“Máxima eficacia, mínimo esfuerzo”
“Amistad y prosperidad mutua”
Yo, sin ninguna pretensión de nada, añadiría también:
“Respeto y confianza”