Los clubes de Judo que había por entonces en Zaragoza eran Judokwai y Nortland.
Los dos situados en sótanos y con columnas. Por eso el encontrarse en una nave de semejantes dimensiones hizo expresarse así al Profesor francés.
Recuerdo en aquellos tiempos cuando los judokas entrábamos en un local grande y sin columnas, siempre pensábamos que de aquello se podía hacer un tatami.
Cuando alguien pensaba montar un club de Judo buscaba una sala espaciosa y sin columnas.
Pero los locales grandes tenían sus inconvenientes.
El alquiler o la posibilidad de compra al ser más metros, era mucho más caro.
El acondicionamiento también salía más caro
Una vez montado el mantenimiento, también suponía mucho más.
Por esas fechas un grupo de médicos abrió en la calle López Allué el Judo karate club, una sala amplia a pie de calle y sin columnas. Lo que estaba previsto, era que se hiciera cargo de las clases de Judo el legendario José Antonio Millán a su regreso de Japón. Finalmente fueron Jesús Vicente en un primer momento y luego Pedro Auría los encargados de impartir allí las clases de Judo.
Recuerdo cuando mi amigo Jesús Sánchez y yo empezamos. Buscamos un local en Las Fuentes porque era un barrio joven y no había nada. Encontramos inicialmente el lugar idóneo del que nos enamoramos. Doscientos metros de local y trescientos de nave. Como diría el torero de Ubrique, en dos palabras: “im- presionante”.
El alquiler era importante pero el local nos había seducido…
Dimos una señal por el alquiler de lo que restaba de mes para empezar a hacer gestiones, y un constructor amigo de mi madre, nos hizo un proyecto “de amigo”, que nos hizo ver que nuestro proyecto, también en términos taurinos, era para nosotros, en dos palabras: “in-viable”.
Un tanto decepcionados seguimos buscando y encontramos un local en alquiler que había sido un taller de electricidad. El local tenía sus columnas pero también tenía sus servicios, un pequeño vestuario, un par de duchas…
Con una “pequeña inversión”, (que a nosotros no nos parecía tan pequeña), nos lanzamos a la aventura.
Recuerdo las noches en vela sin poder dormir, la angustia dando vueltas pensando en el local, gremios, presupuestos, cuentas, gestiones, papeleos, la situación…
En un par de meses y con la ayuda de muchos amigos lo acondicionamos y el 28 de diciembre de 1977 pudimos realizar el primer entrenamiento.
Allí estuvimos cuatro años. Cada año se nos subía el alquiler y con una mensualidad cada vez más alta…, nunca teníamos nada.
Un día pasando por una calle cercana posterior al club, vimos un pequeño solar que nos llamó la atención. Nos informamos, hicimos gestiones y nos embarcamos en la compra de dicho solar junto con el local de atrás.
Tuvimos que ser nosotros los que decidiésemos la distribución del local nave. Lo imprescindible era la sala para el tatami, dos vestuarios y poco más.
Y “dime de que presumes y te diré de lo que careces”. Y como habíamos pasado estrecheces en los vestuarios, decidimos tener un vestuario lo más amplio dentro de nuestras posibilidades.
Siendo ya cinto azul o marrón cuando viajaba por algún motivo a alguna ciudad recuerdo que me informaba de que club podía visitar y trataba de hacerlo.
Recuerdo en Madrid el Judo Kijote del maestro Navarro en la calle General Orgaz, calle donde vivía mi abuela. Por supuesto yo no sabía quien era quien, ni quien regentaba aquello. Yo era cinto azul y me presenté en el club. Le conté al profesor que luego resultó ser el maestro Navarro, que practicaba Judo y que pasaba unos días con mi abuela. Me preguntó si llevaba judogi. Al enterarse de que no lo tenía, me invito a presenciar la sesión infantil que había a continuación. Creo recordar que aunque a pie de calle, el tapiz tenía columnas.
También el Judo club San Sebastián. Ubicado junto al puerto, también tenía su columna. Allí conocí al Profesor de entonces José Miguel Sanz, un judoka sencillo, discreto, pero evidentemente competente y eficaz. Fue el Profesor de Teresa Ortega y de los hermanos Julen y Jon Idarreta entre otros muchos.
Allí conocí a estos tres judokas y empezó mi relación con ellos.
Con Julen coincidí en el campeonato de España militar del ejército de Tierra y en el Inter-ejércitos. Disputé con él y me ganó en las dos finales.
En las concentraciones militares nos hicimos amigos y me contaba que si su Judo era un tanto estático, era debido a que siempre en su club había tenido una columna a su espalda.
En San Sebastián también visité entonces el Sakura. Fue cuando conocí a los hermanos Fernando y Oscar Murillo y a José Antonio Arruza.
Una vez que viajé a Barcelona con mi amigo Carlos García decidimos visitar, esta vez con judogi, el Judo club Barcelona. En la calle Aribau, en una planta alta estaba ubicado el club. Nos presentamos al Sr Birnbaum y nos invitó a participar en el entrenamiento. Recuerdo como cosa anecdótica que una de las preocupaciones del maestro era darnos una percha para que pudiéramos colgar la ropa.
El tatami de Judo club Barcelona era rectangular, amplio, sin columnas y bien ventilado.
En otra ocasión en Barcelona preparando mi tercer dan y teniendo como objetivo el kime no kata, concerté una cita con el maestro Talens, que se prestó a ayudarme y quedamos para practicarlo bajo su supervisión. En Zaragoza entonces no había a quien pudiera acudir con garantías, y quedamos en su club, el Judo Condal, para practicar dicho kata.
El Judo Condal formaba parte de la casa del maestro Talens. Tenía dos plantas, dos tapices y el maestro llegaba en judogi desde su vivienda.
También visité y entrené en el Sant Jordi recién llegado el japonés Yamashita. El Sant Jordi era un antiguo teatro con varias zonas de tapices y sin columnas. Eran los tiempos de cuando los pesos altos en los campeonatos de España los copaban catalanes: Jaime Griño, Ricardo Antonio, Juan Moretó y Pedro Soler. En el Sant Jordi se entrenaban Ricardo Antonio y Pedro Soler. Moreto era del Judo club Barcelona y Jaime Griño procedía del Marin.
El Judo Club Torrelavega de mi amigo Raúl Merino, estando a pie de calle también tiene su columna.
Las vacaciones de Navidad de 1988, decidimos ir a Paris. La idea era asistir a unas sesiones con el maestro Leberre que impartía en Marly le Roi en los alrededores de Paris. Y en coche, con mi amigo Carlos García, me desplacé con tres de mis competidores del momento: Manuel Orgaz, Cristobal Domeque y Roberto Meiriño. La fecha era entre Año Nuevo y Reyes. En el primer entrenamiento como eran unas fechas especiales, no había mucha afluencia para poder practicar en Marly le Roi por lo que decidió el Maestro que al día siguiente pasáramos por lo que entonces se llamaba el INSEP. (El equivalente al CAR de Madrid ahora).
El INSEP ubicado en el “Bois de Vicennes”, que nos costó encontrar pues hablo de tiempos en que nos movíamos con planos. Ni el GPS, ni la telefonía móvil existían.
Entramos en el edificio, y preguntamos a unos con pinta de judokas y que pasaban con bolsa, que donde era el entrenamiento. Nos indicaron la sala y nos asomamos. Una sala grande tipo el CAR de Madrid, que tenemos que ponernos en situación, porque una sala de semejantes dimensiones no habíamos visto en nuestra vida, y además llena de gente en judogi, algunos a medio vestir, sentados, tirados, esperando empezar.
Pregunté quien era el responsable y me indicaron una puerta cercana. Llamé y empujé.
Alrededor de una mesa, sentados en judogi, un grupo de profesores, en un ambiente distendido hablaban de sus cosas. Yo solo conocía a Serge Feist de un curso en el Temple su Lot. Serge Feist, antiguo campeón de Francia, experto en Judo suelo, carismático y con una fuerte personalidad. Posiblemente mi cara le sonase, pero nada más.
Traté de explicar que iba con un grupo de españoles y que el maestro Leberre nos había indicado que fuéramos allí y que queríamos entrenar. Tomó la palabra Serge Feist y con una voz grave que se me quedó marcada en el cerebro para siempre dijo: “Si vous avez votres assurances en regle, pas de probleme”. (Si tenéis los seguros en regla, no hay problema).
Salí de la sala, aturdido y sin saber que pensar. Nosotros en España funcionábamos con la licencia que tenía incluida la MGD para caso de lesiones, pero no habíamos pensado en esa posibilidad y tenía mis dudas de que operase en Francia.
Y asustado, me dirigí a mi gente: “hoy no se hace daño nadie”, les dije como dando una orden y como si dependiera de nosotros el salir bien parados de la situación.
Pasamos a cambiarnos y nos integramos en la sala que estaba cada vez más llena de judokas musculosos y de todos los colores.
Luego, tengo que reconocer que entrenamos genial. Fue un entrenamiento duro, con gente fuerte, pero gente que hacía bien y sabía hacer. Sufrimos por la intensidad y la duración, caímos porque eran mejores que nosotros, aunque también en ocasiones tiramos. Y a mis alumnos y a mi nos sirvió como entrenamiento y como experiencia.
Decía mi madre: “no le preguntes al arriero que tal la feria, pregúntale si vuelve”, y el hecho es que nosotros al día siguiente volvimos…
Y no solo al día siguiente, sino que al año siguiente repetimos…
Este artículo se me ha ido de las manos. He empezado queriendo hablar de los tapices con columnas y de las dimensiones apropiadas que debe tener el tatami de un club, me han ido llegando ideas y me he pasado.
No se para que he contado todo esto. Pero amigos que lo han leído les ha gustado. Mi socio Jesús Sánchez dice que es historia y que está bien. Así que si a mi amigo Jesús, que es mi mayor crítico no le parece mal lo voy a dejar así, tratando de resumir lo que inicialmente quizá quería decir:
Un club de Judo tiene que servir para enseñar Judo y para que sus judokas puedan practicar. Un tapiz particular, privado, tiene que tener las medidas adecuadas para el empleo que se va a dar.
En la década de los 80 no era raro tener grupos numerosos. Yo recuerdo clases en el club de hasta 60 judokas… ahora grupos de 20 o 25 nos parece que está bien.
En cuestión de tapices, el tamaño si que importa. Tenemos que tratar de conseguir el tamaño adecuado.
No tiene sentido que tengamos un tapiz muy grande si nunca lo llenamos. Resulta destartalado…
Si se queda pequeño, durante los entrenamientos podemos hacer turnos aunque se alargue el entrenamiento.
Al ser más pequeño el tatami, más acogedor, es más fácil de mantener y de crear ambiente…
No estoy diciendo que el tatami tenga que ser pequeño. Digo que al ser pequeño resulta más práctico.
Cuando el tatami es autonómico, municipal, federativo, comunal, lo normal que sea grande y espacioso.
En este caso el gasto no es problema y tiene que poder albergar el entrenamiento de mucha gente y en ocasiones importantes eventos.
Inicialmente todos tenemos ilusión por tener un gran tatami aunque quizá no tengamos la posibilidad de adquirirlo y si podemos tenerlo, quizá no de llenarlo por lo que podemos decir que en cuestión de tatamis:
El tamaño si que importa.