Últimamente mucho se habla sobre lo que aporta el Aikido a los niños. Generalmente suelen ser unos valores y unas capacidades físicas muy válidas, pero que no dejan de ser un recorta-y-pega de lo que aporta el deporte y las artes marciales en general, sin entrar en profundidades.

Lo que voy a exponer a continuación es el fruto de más de seis años de experiencia enseñando a niños en edades comprendidas entre los 3 y los 16. No pretendo ser psicólogo deportivo, ni mucho menos; pero creo que en este caso el valor de mi experiencia sí puede aportar algo de luz en este tema, a falta de un estudio más serio por parte de gente más preparada que yo.

Comencemos.

Para ello, veamos cómo es una clase de Aikido tipo, y en qué se diferencia de la de otras artes marciales.

  1. Se dejan las pertenencias personales recogidas y ordenadas cerca del tatami, si no se dispone de vestuario. Y junto al tatami, las armas y las zapatillas correctamente colocadas y alineadas.
  2. Se espera la llegada del profesor en seiza, haciendo una meditación, a la cual se suele unir el profesor.
  3. Seguido, los saludos, y comienza el calentamiento.
  4. La práctica; caracterizada por la repetición de las secuencias técnicas propuestas por el sensei, y que se realizan a ser posible practicando todos con todos, sin distinción de grado, sexo, peso, etc.
  5. Cada vez que se da una explicación, se para la clase y todos los alumnos permanecen atentos y en seiza.
  6. La vuelta a la calma, con ejercicios de respiración y estiramientos.
  7. Por último, un momento de meditación, saludos y fin de la clase.

A este esquema, si la clase es infantil, hay que añadirle una serie de juegos o ejercicios para hacerles la clase más amena.

A la vista del esquema anterior ¿qué aporta realmente el Aikido a nuestros hijos? Veámoslo punto por punto:

En el primer punto, los niños aprenden a ser ordenados y responsables de sus cosas. Es bastante sorprendente para los padres ver cómo sus hijos pequeños son capaces de guardar sus pertenencias en su mochila, dejarlas en un lugar determinado y con su calzado alineado. Y también sentido de la oportunidad, ya que lo primero que hay que hacer es cambiarse, ponerse el kimono; los juegos y la socialización vienen después.

En el segundo punto, el sentido de la oportunidad y disciplina. Este punto sí que realmente sorprende a todos los padres. El hecho de que en cuanto se oyen dos palmadas, inmediatamente ocupan sus sitios en seiza, ordenadamente, y se están quietos y en silencio y meditando, se le antoja a los padres como un milagro.

En el tercer punto, los niños aprenden respeto y saber estar. Saben que el momento del saludo es solemne, y como tal se comportan, y que el calentamiento conlleva ya una entrada en contacto y el momento de socializarse con sus compañeros de dojo.

El cuarto punto hace que los niños aprendan empatía, superación, gestión de la frustración, respeto personal, colaboración y solidaridad.

La empatía viene dada por el simple hecho que “si te hago daño, me lo vas a hacer tú a mi”; es la ley básica de recibir lo que se da. De este modo aprenden a ponerse en el lugar del otro.

La superación y la gestión de la frustración viene dada por la capacidad de afrontar el reto de hacer bien las técnicas, de ser mejor cada día, y es un reto compartido con sus compañeros; de este modo aprenden que por mucho que se enfaden y por mucho que protesten, la única manera de superar el obstáculo es centrarse en la solución y no en el problema.

El respeto personal lo aprenden al tener que practicar con sus compañeros, independientemente de sus preferencias personales, lo que les obliga a aprender a convivir.

La colaboración viene dada porque si no colaboras con tus compañeros, no recibirás lo mismo a cambio; y la colaboración uke-tori es fundamental en Aikido para el estudio serio y profundo de las técnicas.

Y la solidaridad está muy relacionada con la empatía, ya que desarrollan esa capacidad cuando entran “nuevos” en el tatami y se vuelcan en ayudarlos. Les encanta sentirse mayores y veteranos, y es un ejercicio muy bueno de humildad, ya que el hecho de ser más veterano no implica el hecho de ser mayor que el nuevo.

El quinto punto les enseña el respeto por la jerarquía, y les refuerza el sentido de la oportunidad: hay un momento para atender, un momento para practicar y un momento para jugar.

El sexto punto refuerza la autodisciplina. Después de una clase de Aikido, donde la práctica y los juegos son muy dinámicos, a los niños les cuesta “frenar en seco”, y estas actividades son una gran herramienta para que los niños sepan cómo controlarse mentalmente, ya que físicamente lo han hecho durante la clase.

Y el último punto, refuerza los expuestos en el segundo, cerrando el círculo de la clase, lo que les da seguridad en la rutina.

Enumerando todo lo que aprende un niño en valores en una clase de Aikido, lo resumimos en: orden, responsabilidad, oportunidad, disciplina, respeto a los momentos y lugares, saber estar, empatía, auto superación, gestión de la frustración, respeto a los iguales, colaboración, solidaridad, respeto por sus superiores y autodisciplina.

Estos rasgos ya en el primer mes se ve reflejado en los chavales. Muchos son apuntados por sus padres a la actividad de Aikido, porque ven en un arte marcial la oportunidad de que sus hijos aprendan a ser disciplinados. El perfil del 90% de los alumnos que no se apuntan voluntariamente suelen ser niños revoltosos y desobedientes a los que les inscriben los padres para que tengan un refuerzo en disciplina.

La sorpresa para ellos es que además aprenden otras cosas, como se ha visto.

Es una gran satisfacción cuando un profesor o un padre/madre te comentan el cambio que ha dado el alumno, en cuanto a que se vuelve más tranquilo, más educado, más responsable, más obediente y menos torpe.

Yo veo más cosas, además de esto. Veo como se les va metiendo la impronta del artista marcial, del Aikidoka, volviéndose cada vez menos violentos a la hora de resolver sus conflictos, más reflexivos a la hora de actuar (el Aikido te obliga a pensar antes de hacer), más propensos a colaborar que a competir, y más conscientes de sus limitaciones y las de sus compañeros.

Veo que las artes marciales en general, y el Aikido en particular no sólo es una escuela de lucha, sino también de personas con valores.

Y para ser justos y finalizar, quiero dejar algo a la reflexión:

En realidad, no me considero un educador, sino un transmisor. Transmito lo que me han enseñado lo mejor que sé. La educación considero que viene ya dada y se aprende porque el Aikido en sí, y la estructura de las clases invita a adecuarse a esa forma de actuar, y esa educación y ese cambio paulatino en el comportamiento no son más que una consecuencia, no una aportación del enseñante.

Por lo tanto, es responsabilidad del profesor de Aikido que se siga el esquema para que continúe aportando esos valores a los alumnos. La transferencia de esos valores y conductas al día a día, es una consecuencia lógica.

¿O conocéis a alguien, incluidos vosotros mismos, al que la práctica continuada del Aikido no ha cambiado su vida y su forma de verla?