José Ángel Guedea Adiego
8º Dan de Judo

En el sector norte se clasificó para la final mi alumno Jaime Montaner en -73 kgs. Él, saldría para Madrid con el equipo el viernes por la tarde. Yo en caso de ir, iría en el día, el mismo sábado, para venir por la tarde, pues teníamos una reunión familiar.

Con más de un mes de tiempo, mi hermana Pilar había organizado para ese sábado por la tarde a las 18h una reunión familiar, donde nos íbamos a juntar, hermanos, sobrinos, nietos, sobrinos nietos y había comprometido prácticamente a todos. Algunos que, sin vivir en Zaragoza, venían de propio.

No obstante, desde principio de semana yo había contactado con la Federación Aragonesa, para que se me solicitase la credencial, porque pensaba que ahora por el tema de la pandemia, sería todo más complicado el poder moverse dentro del pabellón, y en caso de ir, quería tenerla.

Tenía mis dudas de qué hacer. No me apetecía nada el hecho de viajar. Estar en la competición, estar con Jaime si, pero tener que ir hasta Madrid…, Luego, me he vuelto muy raro, y todo el tema de saludar a tanta gente, que hacía tanto tiempo no veía, no me apetecía mucho. Además, ¿hasta que punto era yo importante en la competición de Jaime? ¿Hasta donde podía ayudar?

El Judo de Jaime es impredecible, y Jaime a cualquiera puede sorprender, como puede ser sorprendido por cualquiera. No es especialmente táctico, ni tiene un sistema de competición establecido, sale a jugársela y se la juega.

Es por eso que hasta el jueves por la tarde dudaba en ir. Aun teniendo mis dudas el jueves por la mañana preparé el coche. Miré la presión de las ruedas y llené el depósito. Puse la dirección del pabellón en el GPS, calle Gallur 2, para no tener que andar a última hora con prisas.

El jueves por la tarde, en una de mis citas que a raíz del Covid hemos instaurado, le comenté esto a mi alumno Saúl Crespo y le pregunté: ¿Hasta que punto piensas que le puede importar a Jaime que esté yo o no, ahí? Me respondió: te voy a contestar lo que yo pienso y lo que a mi me importa.

“Claro que me importa. Que estés tú en la silla aunque no me digas nada, para mi es importante. Que me estés viendo competir, es importante”.

Y esa reflexión de Saúl fue determinante. Decidí que iría. Y el jueves cuando llegué a casa por la noche y preparé el traje, para meter en el coche, y comencé a mentalizarme.

Al final del entrenamiento de la tarde del viernes en el club, David Crespo me informa. Ya está el sorteo, a Jaime le toca un andaluz. Bueno…

El viaje
Normalmente me despierto pronto y no necesito despertador, pero por si acaso me fuera a dormir, puse el despertador a las 5, contando que me pudiera costar unas tres horas realizar el viaje, y llegar con tranquilidad al Polideportivo.
Me acosté como de costumbre alrededor de las 11. A las 3’30 me desperté para ir al servicio, y ya decidí no volver a intentar dormir. Saldría ya. Y a las 4, salía del garaje de casa, buscando la autovía hacia Madrid, sin apenas nadie por las calles.

No me gusta conducir de noche, pero cara al día y sabiendo que hacia las 6’30, aun habiendo cambiado la hora ya se empieza a ver, lo hago con optimismo.

En Medinaceli, parada habitual en mis viajes, trato de tomar un café, y… cerrado. A pocos kilómetros en Alcolea, lo mismo. Pruebo en el 103, y allí si que puedo ya tomar el primer cortado del día.

Aprovecho para conectar el GPS, en el que ya había introducido la dirección, y retomo mi viaje con la compañía de “siga recto y manténgase a la…”. Y siguiendo las indicaciones del Tom-Tom, tras atravesar un túnel que se me hizo interminable por debajo de Madrid aparecí en la calle Gallur 2, en torno a las 8 de la mañana. Aún había sitio en el aparcamiento. Aparqué y para dentro.

La competición
En una cancha inmensa, cuatro tapices preparados. En la mesa central los incombustibles Javier Giralda y Serafín Aragüete, y algunos colaboradores más, nuevos para mi.

A un lado de la mesa Alfonso Escobar, y alrededor, las gradas que empezaban a poblarse.

Me acerqué a saludar. Hacía por lo menos dos años, que no nos veíamos y me gustó hacerlo.

Pregunté por la sala de calentamiento y se me dirigió hacia un lateral del pabellón, donde, bajo las gradas, estaban calentando todos los competidores arropados por sus respectivos entrenadores.

Encontré enseguida a los aragoneses y a Jaime entre ellos. Me dio Jaime mi credencial, lo que me proporcionó cierta tranquilidad, para moverme por allí, pues no sabía que controles podría haber y volví para ver si podía conseguir un sorteo de la hoja de -73 kgs, que era la que me interesaba. No tuve ningún problema y me la facilitaron enseguida.

Su combate iba a ser el segundo una vez comenzara a disputarse su peso, y su peso se iba a iniciar en el tatami 2 a las 9 de la mañana. A partir de allí fue ver como empezaba a calentar Jaime, que lo hacía con Raúl Clemente.

Aproveché ese tiempo para volver a la cancha y saludar y abrazar a amigos y a profesores que no veía hace tiempo. Tengo que reconocer que me gustó hacerlo, y que volver a sentir que todo volvía a una cierta normalidad, me llenó de ilusión y de esperanza.

Y con los primeros nerviosismos, comenzó la competición. A la salida de la zona de calentamiento van llamando a los preparados y se realiza el control de judogis.

Enseguida llaman a Jaime, a su rival, el andaluz Marco Caro, y pasan el control. De allí al tapiz. Saludan y ¡hajime! Comienzan a pelear cada uno por conseguir su agarre, y en esa pelea el andaluz aplica un barrido e… ¡ippon!

Sale Jaime decepcionado del tatami diciendo ¡perdón! No hay nada que perdonarte Jaime, ha salido así y ha salido así. Tú has intentado hacerlo bien, te ha pillado, y te ha pillado. Son las nueve y poco. Le digo: “me subo a la grada a ver la competición”.

Al poco tiempo sube Jaime y dice “7 segundos”. Y no se si han sido siete o alguno más, pero me recuerda a “quince pesetas”, que así decía que se llamaba, en una de las primeras novelas que leí de joven, una prostituta que empezaba, porque era lo que cobraba “por sus servicios”.

Y me vuelve Jaime a decir que lo siente. Le digo que por eso no tiene nunca que disculparse. Si está allí es porque se lo ha ganado. Que lo verdaderamente importante de su entrenamiento, es que lo hace y que el importante, ahora y allí, es él.
Y que importante es el grupo de amigos que se forma alrededor, y el interés que ponen todos por estar juntos y entrenarse.

E importante es la ilusión y las ganas de seguir que esos grupos nos provocan a los entrenadores. Como dice Francés Miralles: “Estar ocupados en cosas que nos gustan, nos mantiene vivos”.

Así que, que deje de disculparse. A mi me retrotrae a otros tiempos y otras situaciones similares que he vivido y que seguro todos tenemos en nuestro “palmarés”.

Y recuerdo lo que decía el maestro Chung en un curso: “Hemos elegido el deporte más bonito, pero también el más ingrato”.

Y sentado junto a Jaime, los dos con un sentido de culpabilidad y un remordimiento importante, Jaime por haber perdido y yo por no haber sabido ayudarle y hacerlo mejor, asistimos al desarrollo de los combates.

Jaime me comunica que esta próxima semana, que es Semana Santa, no pasará por el club a entrenarse.

Que no me preocupe, que esta bien. Que se dedicará a preparar unos exámenes que tiene en la Universidad después de las vacaciones, y a recuperarse y curar la subluxación acromio clavicular que arrastra desde antes del sector.

Y ese punto de seriedad y de responsabilidad que demuestra Jaime, me ayuda de alguna manera a sobreponerme, entender y aceptar lo ingrato a veces, y a la vez educativo de nuestro deporte.

Y tras un par de horas de competición, decido abandonar el campeonato y volver a la carretera, pues por la tarde tenía en Zaragoza el evento familiar del que ya he hablado.

Y sin poder apartar de mi cabeza escenas de competición y momentos y emociones vividas, me viene, de manera continua, la idea que en su momento oí al maestro Chung y pensar que si, que nuestro Judo, a veces, puede resultar quizá ingrato pero educativo.