
José Ángel Guedea Adiego
8º Dan de Judo
En estos últimos tiempos, he vivido bastantes casos de alumnos que, haciendo Judo conmigo desde pequeños, me han venido a comunicar que han terminado su carrera, defendido y sacado adelante el TFG, obtenido el título universitario, aprobado unas oposiciones, o encontrado un trabajo, y que empiezan a trabajar. Y otros que se van de Erasmus todo un año a distintos países, rubricando así mejor sus estudios.
Imagino que esto es una situación que vivimos en ocasiones todos los Profesores de Judo.
Y nos lo vienen a contar ilusionados. Y nos gusta que lo hagan, porque muchas veces, los tenemos y conocemos desde pequeños. Hemos vivido y participado de su proyecto de vida, y de alguna forma nos sentimos partícipes y responsables de este momento, y nos hace ver, como su vida dentro del Judo, y el Judo dentro de su vida, ha influido y les ha ayudado a desenvolverse, ser constantes, voluntariosos y haber podido llegar hasta el punto, de poder empezar a sacarse ellos solos “las castañas del fuego”.
Con relación a esta situación, recuerdo un artículo que escribí y colgó Jesús Asensio en Arajudo en enero de 2010 y que me parece apropiado recordar a continuación
“Otro escudillado” (enero de 2010)
(Escudillar: en aragonés, en este caso, puede tener el sentido de terminar los estudios, de salir adelante (“otro que sale adelante”)
Escudillar es un verbo que empleaba mi madre, profesora de lengua y literatura cuando alumnas que habían pasado por sus manos, con las que guardaba relación, pasados los años le llamaban para informar que habían terminado su carrera o que se habían iniciado en un trabajo. Su comentario entonces solía ser, “otra escudillada”.
Los profesores de Judo tenemos una peculiaridad que nos diferencia de cualquier profesor de otra materia y es que iniciamos muchas veces la andadura con un niño cuando tiene 5, 6, 7 años y “lo soltamos” cuando tiene…bueno, a veces no lo soltamos.
Durante todo este tiempo, asistimos a su vida deportiva, entrenamientos, pasos de cinturón, cambio de curso en el colegio, de grupo en Judo, lo acompañamos a cursos, concentraciones, lo llevamos a competiciones seguimos sus pasos de grado, sus primeros combates, y asistimos a sus primeras alegrías cuando gana, y sus decepciones cuando pierde.
Lo vemos crecer, vemos su evolución, sus cambios de edad y de humor, su vida en el colegio, sus pasos de curso, como va forjando su carácter, y nos preocupamos por como organiza su vida alrededor del Judo.
En algunos casos vivimos muy de cerca toda su evolución, su crecimiento, y sufrimos todos sus “problemas”, nos implicamos y le ayudamos a solucionarlos. En ocasiones acude a nosotros antes que a sus padres para confiarnos “sus problemas”, y ahí estamos para escucharle, aconsejarle y de alguna forma contribuimos y somos responsables de cómo se va desarrollando su vida.
Evidentemente el responsable de su vida es él mismo y los responsables más próximos sus padres, pero no cabe la menor duda de que nuestro judoka que dedica un tiempo importante de su vida al entrenamiento y al Judo, de alguna forma de ese “enganche” y de esa dedicación al Judo, si que somos responsables.
Vivimos sus amistades, sus primeros escarceos, sus “amigas” su novia, su continuación en los estudios o incorporación al trabajo y toda la problemática que esto conlleva, y en alguna forma somos afortunados en cuanto que nos da la oportunidad de “participar y revivir situaciones pasadas”.
Por eso cuando nos comunica que ha aprobado la última asignatura de su carrera, que ha encontrado un trabajo, que se independiza, que se va a vivir con su novia o que se casa y lo vemos encauzado, nuestra sensación es de tranquilidad, de misión cumplida y nos hace pensar y decir “otro escudillado”.
Esto es lo que decía el artículo “Otro escudillado”, subido en Arajudo en 2010.
Durante el periodo de vida, en todas las familias, hay un tiempo, en que coinciden momentos donde hay nacimientos, bautizos, comuniones, bodas, o llega el momento en que mayores, “van abandonando el barco…”, y es ley de vida, porque el tiempo no perdona.
En los clubes de Judo, asemejándolo a las familias, se producen también momentos de vida, pequeños que empiezan, grupos que progresan por edades, entrenamientos más o menos intensos, viajes y participación en competiciones con distintos resultados, triunfos, derrotas, participación en cursos, pasos de grado, y todo esto manteniendo una vida paralela de estudios, relaciones, y de preparación para la vida.
Y: primavera, verano, otoño, invierno, primavera… La vida transcurre y los ciclos se van repitiendo. Nuestros judokas, entran en otra etapa de su vida, nos traen a sus pequeños y nuevamente: primavera, verano…
Y como he indicado al principio, este artículo lo ha propiciado el momento, la situación en que ha coincidido que varios alumnos en poco tiempo, han venido ilusionados con noticias transcendentes a este nivel. Cuando sucede esto, vemos como nuestros alumnos se han hecho y se van haciendo “gente importante” que, aunque para nosotros siempre lo hayan sido, ahora en su campo profesional, y en su vida, se han hecho un hueco más.
Y aunque somos conscientes de que son muchos los que terminan los estudios, y que, para cada tarea, hay muy buenos profesionales, nosotros queremos, nos preocupa, y nos ilusiona, que lo sean los nuestros.
A los nuestros los conocemos. Con los nuestros hemos sentido, vivido y compartido los valores que propicia el Judo, de respeto, orden y obediencia, que se empiezan a fraguar en las sesiones de Judo. Valores que son en definitiva lo que determina luego la disciplina, que necesitan, emplean, y demuestran durante toda su trayectoria deportiva, que, empapando su vida, les ayuda a salir adelante, y que quizá es lo que diferencia a nuestros judokas, de sus compañeros de profesión que, también siendo competentes, no han tenido la fortuna de vivir esa situación.
Nosotros, apostamos por los nuestros.