“El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos…” dice en su canción Pablo Milanés. El tiempo pasa para todos, hagamos o no deporte. Nos cuidemos más o menos. Porque
primavera, verano, otoño, invierno, primavera… y eso no hay quien lo pare.
Y evidentemente el tiempo pasa también para los judokas y el kilometraje lo vamos notando.
En el caso del judoka, nace cuando decide comenzar a practicar Judo. Crece, conforme se entrena y aprende. Se reproduce, si se reproduce cuando decide si es que decide dedicarse a la enseñanza, asume unas clases o monta un club e imparte clases.
Y con la ilusión y la curiosidad del que está creciendo y todo lo quiere probar, allí se embarca en esta nueva tarea de enseñar.
Cada edad tiene su objetivo. Y cada momento tiene sus ilusiones. Los pasos por los distintos colores del cinturón, la obtención del primer dan, entrenarse para competir, la participación en competiciones, sacar la titulación para impartir clase, las primeras sesiones, la organización del club, las clases, la enseñanza, los judokas, los primeros competidores…
Y cuando se decide “procrear” judisticamente hablando, el judoka está joven, pletórico de salud, lleno de ideas, ilusionado y practicando Judo cada día.
El entrenador se ilusiona con sus judokas y va afrontando y resolviendo las situaciones que van surgiendo.
Y enamorado del Judo se entrega con ilusión a la práctica de su deporte
Pero el deporte de competición o cualquier deporte llevado a un cierto extremo quizá ya no resulta tan sano y comienza a ser contraproducente.
Y sin enterarse, el kilometraje comienza a pasar factura. Empieza a ser consciente de que tiene ciertas limitaciones.
Y pasado el tiempo, observa siempre lidiando con sus alumnos, que con su “insultante juventud”, se entrenan y progresan realizando acciones que a él ya no le resulta fácil realizar.
Y ahora se encuentra en la situación en que tiene alumnos que nacen (empiezan) siendo pequeños y a veces no tan pequeños y tiene alumnos de todas las edades.
Algunos que comienzan a procrear (impartir clase) y en los que se ve reflejado.
“Que suerte tienes Dani”, digo a mi alumno Daniel García, refiriéndome a su juventud, fortaleza y la coherencia con que se expresa, que habiendo acabado el curso en la Universidad sobrado, acaba de sacar su título de monitor y lleno de vitalidad me habla de sus ilusiones y proyectos.
Y esto nos pasa a todos a veces con muchos de nuestros alumnos…
Y es lo que hay, es lo que nos toca y es lo que tienen que vivir. Ahora les corresponde a ellos. Nosotros ya hemos cumplido y si tenemos capacidad para seguir, bastante hacemos. Hoy nos toca vivir cómo ellos se desenvuelven, sin poder evitar cierta añoranza.
A leer este artículo seguro que se identifican más los judokas mayores y profesores veteranos. Los profesores y judokas jóvenes de momento aun se ven muy lejos de lo que están leyendo y de esta situación.
Pero… “como te veo me vi y como me ves te verás”.
También nos ha pasado a nosotros. Nunca pensamos que llegaría a “pasársenos el arroz”, es más aun, incluso algo pasados, no nos vemos tan mayores.
Cuando mi hermana mayor se casó yo tenía 16 años. Ella 20 y su novio 27. A mi su novio me parecía entonces muy mayor y tenía 27… ahora me parecería un niño…
Hoy su marido sigue siendo mayor que yo, pero no lo veo tan mayor.
Estamos en una fase en que nosotros somos los mayores en el tatami y tenemos alumnos de todas las edades con distintas ilusiones.
Ahora quizá no sea el momento de plantearnos con ellos grandes objetivos, sino de sentarnos a escucharles y hacer nuestras sus ilusiones.