En el ámbito de la psicología, es la facultad que tiene un individuo para sobreponerse a períodos de dolor emocional y traumas. 

Se corresponde aproximadamente con el término «entereza» que es cuando la persona muestra que sabe o no, hacer frente a una situación sobre presión.

Aplicándolo a nuestro mundo del Judo necesitamos entereza para afrontar algunas de las situaciones con las que nos enfrentamos:

Vamos a analizar distintos contextos como son: la sesión, la competición y el paso de grado.

 

Durante la sesión:

Cuando en ocasiones (fiestas, puentes) afrontamos una sesión, que deberíamos haber suprimido, y no lo hemos hecho contando con los que se entrenan pensando en competir, y son precisamente estos los que nos dan plantón y nos dejan bajo mínimos, con los que nunca pensábamos que vinieran, pero que allí están, ilusionados por practicar y nos debemos a ellos, pues en ese momento son los que importan porque son los que han cumplido y han acudido a entrenarse.

Cuando durante la sesión los hay que muestran un comportamiento inadecuado, pierden y hacen perder el tiempo y hay que llamar la atención de manera constante

Cuando se produce una lesión durante el entrenamiento y tenemos que atender, cuidar, en esos primeros momentos, evacuar, incluso acompañar a nuestro alumno al centro médico, sufriendo porque vemos lo mal que lo está pasando, y en cierta manera nos sentimos responsables de lo ocurrido porque se ha producido desarrollando nuestra actividad, haciendo algo que hemos conseguido que le guste…

Por el contrario en el momento de practicar y hacer juntos, si prodigamos que hagan todos con todos, se van conociendo y sin darse cuenta conseguimos que la sesión se desarrolle en un ambiente de amigos que se juntan en el club, para “jugar” a Judo.

Amigos que practican juntos, que se ayudan y progresan cada día. Que en el tatami y fuera se arropan, y aun entrenándose fuerte se cuidan. Que su relación va más allá del tatami y viendo en muchas ocasiones el buen ambiente que se forma, piensas y  te sale decir “este grupo no es normal” o como dijo Romanones “¡joder que tropa!” 

 

Durante la competición:

“Si tropiezas el triunfo, si llega la derrota y a los dos apartares los tratas de igual forma”, 

Estos versos de Kipling me vienen siempre a la cabeza cuando desde la silla asisto un combate, mi alumno gana o pierde y de alguna manera trato de controlar mis emociones.

Mi amigo el vallisoletano Pedro Riaguas con el que he compartido muchos años como entrenador en la Federación Española, es el clásico entrenador visceral, que aun intentándolo a veces, no podía evitar expresar sus emociones y cuando su competidora ganaba, se reafirmaba, saltaba, la esperaba, la abrazaba y demostraba un contento más allá de lo normal. Cuando su pupila perdía se enfadaba, mostraba su desaprobación y demostraba su descontento tomándose el resultado en alguna forma de manera personal.

Y la competición pasaba, también su enfado y volvíamos a España y a la normalidad con un bagaje de recuerdos y experiencias cuando menos interesantes. 

Creo que fue en Francia con el equipo nacional junior cuando, sin haber terminado la competición, después de no haber ganado un combate entre todos, estaban en la grada jugando y bromeando. Me decepcionó su actitud y su falta de responsabilidad ante semejante resultado. Les traté de explicar que eran los campeones de España que habían demostrado en España ser buenos, los mejores, pero que aun siendo muy buenos era evidente que podían mejorar.

Recuerdo un año en el club en la primera fase de la liga escolar con los infantiles y cadetes que perdieron casi todos. Yo desmoralizado pensaba que en la siguiente jornada muchos no vendrían a entrenarse, pero en la siguiente sesión… estaban todos.

Evaluando su actuación les pregunté sus impresiones y todos decían que se lo habían pasado bien y que se habían divertido. “Imaginaos pues que además de divertiros y pasarlo bien, ¡ganáis!”, les dije.

Recuerdo en 1993 acompañando a Manuel Orgaz en el campeonato de España, cuando perdió. ¡Qué disgusto! 

Orgaz en el 92 preparándonos con “pretensiones” de estar en los Juegos, había perdido la final con Carlos Sotillo e íbamos en el 93, iniciando ciclo olímpico y con “los deberes hechos”, a quedarnos campeones. En la final se cruzó el gallego Roberto Naveira que se llevó el gato al agua.

Y ¡qué desilusión!

Pero no se entera nadie. Nadie sabe el tiempo que se ha dedicado, entrenado, el esfuerzo que se ha invertido, la ilusión que se ha puesto… 

Pero  excepto para los que estamos en este mundillo y sabemos lo que hay detrás de cada medalla, no es importante, y no pasa nada…

Termina la competición y al día siguiente se hace de día otra vez, y la mayor parte de la gente no sabe lo que ha pasado y le da igual.

En ocasiones nuestro judoka cuando pierde rompe a llorar. Trato siempre hacer entender a mis alumnos que a nadie interesa su disgusto. “Los que te conocen, a los que importas y te quieren saben lo que sientes, y a los demás ¡qué más les da!”

Cuando tu competidor gana te entran ganas de saltar y de actuar como mi amigo Pedro Riaguas. Cuando pierde te quedas quieto… tratando de asimilar. Pensando sobre todo en lo que pueda estar sintiendo él.

“Si tropiezas el triunfo, si llega la derrota y a los dos apartares los tratas de igual forma…” 

Y gane o pierda debemos conducirnos con discreción, por respeto al contrario, a su entrenador, tratando de manifestar empatía…

En alguna ocasión, seguro que nos ha pasado a todos, que tras ganar un combate nuestro alumno, sale del tapiz y el arbitro se nos acerca y nos comenta que el judogi quizá algo  justo, como dando a entender que ha hecho la vista gorda para dejarle participar y, o que alguna valoración ha podido ser dudosa y que de alguna forma estamos en deuda…

¡No haberle dejado salir! ¡Y haber valorado correctamente!, pienso y me sale decir en ese momento, aunque no digo nada pues no tiene sentido caldear el ambiente. Porque si el judogi aun siendo justo le vale, le vale y si le gusta llevarlo así y es legal…, el judogi no tiene porqué ir holgado, y si ha dudado en el momento de valorar, es su problema.

En ocasiones el entrenador durante la competición, por distintas razones, se siente molesto con la organización, con el ambiente que se crea, con los árbitros, incluso a veces con su mismo competidor y tiene que superar la situación.

“Caer, levantarse, volver a caer, y volver a levantarse”, eso es el Judo.

¿Nuestra misión es crear campeones o formar personas? Recuerdo esta pregunta que me hizo una vez el entrenador catalán del Vital Esport, Pablo Saez.

La respuesta seguro que es formar personas y la competición no cabe duda de que ayuda. Para competir el judoka tiene que organizar su vida de una manera determinada alrededor del Judo, tiene que conjuntar vivir su vida y vivir el Judo.

Durante el examen de paso de grado

Los miembros del tribunal juzgamos el examen y a priori somos y tratamos de ser imparciales. 

Pero aun así evaluamos con prejuicios. El competidor o conocido juega con ventaja. Conocemos  y ha demostrado la eficacia de su Judo. Al desconocido que no conocemos de nada, anotamos sus fallos y nos sorprende cuando a veces lo hace especialmente bien. 

También muchas veces vemos la paja en el ojo ajeno y no apreciamos la viga en el nuestro. Se examina un alumno nuestro del que hemos vivido toda su preparación y toda su progresión. Desde que no lo hacía nada bien, hasta ahora que pensamos que lo hace con un nivel digno, pero el resto del tribunal no lo sabe. Nosotros como hemos vivido su progresión valoramos su esfuerzo y la evolución que ha tenido, pero el tribunal juzga por lo que ve.

De alguna manera cuando se examina mi alumno, me examinan a mí.

Recuerdo una vez que el profesor madrileño José Manuel Martín, profesor de Fontenebro me invitó un fin de semana a impartir unas sesiones en su club. Para saber por donde empezar, en el calentamiento de la primera sesión, pedí que hicieran un tiempo de uchi komi para hacerme una idea del nivel de los que participaban en la sesión y a partir de allí tener claros los contenidos que podía exponer.

Mientras hacían uchi komi se me acercó José Manuel y me dijo: “José Ángel, me da la impresión de estar pasando un examen. De que me estás examinando”

Y de alguna manera es la sensación que tengo en los pasos de grado. Nos examinan o examinamos a los profesores.

Y se produce a veces una situación similar en los pasos de grado a la del combate que he comentado antes. 

Cuando después del examen ya han dado los resultados y tu alumno que ha aprobado,  exultante celebra contigo su contento, un miembro del tribunal,  se te acerca condescendiente y te dice que tu alumno no ha hecho algo, todo lo bien que debiera. 

Ya estamos… ¡Pues haberlo suspendido!, pero no me vengas a amargar este momento después del examen cuando ya está aprobado, intentando hacerme ver… que estoy en deuda.

Es por lo que desde hace un tiempo, tras un examen de paso de grado cuando voy acompañando a mis alumnos, después de conocer los resultados, aun aprobando, no me espero a festejarlo allí.

Ya habrá tiempo. Ellos saben lo que siento, lo que hemos trabajado y lo que hay detrás.

 

Caer, levantarse, volver a caer, y volver a levantarse…