José Ángel Guedea Adiego
8º Dan de Judo

Reflexión sobre la vida de un Profesor de Judo mayor:
Cuando empezamos a impartir clases de Judo, somos jóvenes y ambiciosos. Tenemos necesidad y ambición de ganar dinero, para sacar adelante nuestro proyecto de vida, y en muchos casos, el club en el que nos hemos embarcado. Tenemos necesidad de tener alumnos, de tener clases, de tener trabajo, “una cuota es una cuota”, luchamos por ella y en ocasiones aguantamos lo que sea.

Como ya he dicho, somos jóvenes, y tenemos necesidad de ganar. Necesidad de ganar dinero y necesidad de ganar competiciones, de que nuestros alumnos ganen y se hagan un hueco, nosotros de hacernos un sitio, de ir haciéndonos un nombre, y de empezar, como decía el maestro Chung, “a chulear a tope”.

El tiempo pasa y, “nos vamos poniendo viejos” y haciendo mayores. Cuando vamos terminando y encarando la recta final, no tenemos tantas necesidades y vamos pasando de muchas cosas. Nuestra vida ya ha sido, si lo hemos hecho bien, ya no tenemos deudas, y lo que nos viene, es por demás.

Ya no nos importa tanto el hecho de que nuestros alumnos ganen en las competiciones. Nos importa más tener alumnos cada día en nuestras sesiones, y no por un tema económico, que también, sino porque podamos mantener, hasta que decidamos, la vida que nos hemos trazado.

Nos importa más, que nuestros alumnos sigan haciendo y vayan entendiendo lo que es el Judo, que lleguen a hacer bien, que no se hagan daño, que el Judo les facilite la vida, que se acaben formando y “que sean felices”…, pero hasta allí.

Y si pagan, bien, pero si no, también. En los primeros tiempos, la ambición y la necesidad, nos hacían constantemente echar cuentas, para asegurarnos de que llegábamos a pagar, el alquiler o la hipoteca, los impuestos, y los gastos de mantenimiento, administración, luz agua… y además tener un dinero para poder vivir.

Hoy nos hemos acostumbrado a vivir de una manera determinada, lo que nos ha situado en un momento que, con lo que tenemos, ganamos y gastamos, nos sentimos tranquilos y no nos importa tanto, si entra más, si entra menos, si hay más, si hay menos…, y siempre que no haya grandes imprevistos… estamos cómodos.

Durante años, hemos vivido ligados a la vida de nuestros alumnos. Los recibimos de pequeños, y con ellos empezamos y aprendemos a enseñar Judo.

Nos han dejado participar de sus vidas, lo que ha hecho que lleguemos a quererlos.
Con la mayor parte, aunque ahora no hagan Judo mantenemos una buena relación.
Tengo alumnos que empezaron conmigo de pequeños y que ahora son padres. De muchos de ellos he seguido toda su evolución, los conocí pequeños cuando empezaron, he vivido su vida deportiva, su progresión (entrenamientos, competiciones, obtención de grados…), he conocido su vida paralela (estudios, incorporación al trabajo, relaciones, noviazgos), asistido a sus bodas y ahora tengo a sus hijos en mis clases.
Hijos que, a priori miro distinto, porque son “los niños de mis niños”, a los que he querido, quiero y conozco bien y porque siento cómo los quieren, lo que harían por ellos, lo que les ha cambiado la vida y la importancia que tienen para ellos.
Otros que, siguen en el mundo del Judo y que, emancipados e instalados por su cuenta, comienzan su andadura de ambición y de ganar, lo que entiendo como normal, porque como en su momento hicimos nosotros, ahora ¡les toca a ellos!
Y cuando llega el momento en que no vienen, ya no nos duele ni pensamos tanto en la cuota que a lo mejor hemos perdido, sino que pensamos en que no hemos llegado a conseguir que les guste lo que les hemos planteado, y eso casi nos pone más tristes

Porque a nosotros lo que nos importa más, es sentir que lo que hacemos resulta interesante para nuestros alumnos. Que lo que les hacemos hacer, les importa. Que lo que les damos, les gusta.

“Muchas gracias maestro”, es una expresión que escuchamos muchas veces al terminar el entrenamiento, y que algunos nos dicen cuando cansados pero satisfechos salen del tapiz, con buenas sensaciones en dirección a la ducha, cargados de endorfinas, llenos de energía, y realizados.

Y si lo pensamos bien, quizá los agradecidos deberíamos ser nosotros, por la confianza que nos demuestran viniendo a entrenarse y la posibilidad que nos brindan de que podamos seguir haciendo lo que en su momento empezamos a hacer, nos gusta, y es algo que llevamos haciendo toda la vida.